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TRASCENDER FRONTERAS EN EL CARIBE:
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10.14718/CulturaLatinoam.2023.38.2.5
Marcella Solinas
Università degli Studi "G. d'Annunzio" Chieti-7escara
0000-0003-0841-776X
marcella.solinas@unich.it
El presente artículo es el resultado de un proceso de investigación desarrollado en la Universidad "G.D'Annunzio" Chieti-Pescara
Fecha de recepción: 1 de septiembre de 2023;
Fecha de aceptación: 30 de diciembre de 2023.
Referencia: Solinas, M. (2023). Trascender fronteras en el Caribe: diversidad lingüística y creolización. Cultura Latinoamericana, 38(2), 128-138. DOI: http://dx.doi.org/10.14718/CulturaLatinoam.2023.38.2.5
Resumen
Este artículo explora la compleja intersección entre fronteras geográficas, históricas y lingüísticas en la región caribeña. El objetivo es destacar la cuestión de la diversidad lingüística como factor crucial en la construcción de una identidad compartida, al desafiar nociones tradicionales de unidad lingüística y nacional. En este contexto, la creolización emerge como fenómeno clave para entender la complejidad del área. Se toman como punto de referencia las teorías de Edouard Glissant sobre poética de la relación, para presentar el Caribe como un polisistema cultural trans-lingüístico en el que el multilingüismo puede actuar no solo como límite, sino, sobre todo, como un medio de expresión de la diversidad y la especificidad cultural.
Palabras clave: Caribe; fronteras; diversidad lingüística; identidad cultural.
Abstract
This article explores the complex intersection between geographical, historical and linguistic borders in the Caribbean region. The aim is to highlight the issue of linguistic diversity as a crucial factor in the construction of a shared identity, challenging traditional notions of linguistic and national unity. In this context, creolisation emerges as a key phenomenon for understanding the complexity of the area. Taking Edouard Glissant's theories on the poetics of relation as a point of reference, the Caribbean is presented as a translinguistic cultural polysystem where multilingualism can act not only as a barrier but, above all, as a vehicle of expression of diversity and cultural specificity.
Keywords: Caribbean; borders; linguistic diversity; cultural identity.
Ayer español nací,
a la tarde fui francés,
a la noche etíope fui,
hoy dicen que soy inglés,
no sé qué será de mí.
(Padre Juan Vázquez, 1795, p. 133)
Introducción
A menudo, el significado de las palabras fronteras y confines ha creado dudas y malentendidos. A lo largo de la historia, estos términos conceptualmente densos han sufrido numerosas evoluciones y se han interpretado y utilizado de formas diferentes, a veces divergentes. Por ello conviene recordar, aunque sea brevemente, su etimología y aclarar cómo se entenderán en este trabajo.
La palabra confín, procedente del latín con-finis, designaba el surco que la reja del arado trazaba en el campo; su significado, por tanto, estaba relacionado de forma tangible con la tierra, con la delimitación y la división de espacios. Designaba algo fijo y estático (Forcellini, 1771).
El término frontera, también del latín, contiene los sustantivos frons ('frente') y aria ('iera') y designa la orientación hacia o contra algo o alguien (Forcellini, 1771).
El frente exhibe movilidad, en contraste con la inmovilidad del surco; el confín, por ende, se configura, desde una perspectiva etimológica, como una línea precisa, demarcada y segregadora; como un espacio cerrado y seguro en este lado de la experiencia conocida. En cambio, la frontera emerge como un ámbito más extenso, considerablemente difuso, dinámico y variable. Se trata de un espacio que se expande hacia lo desconocido, lo incierto e inestable, que trasciende la esfera de la experiencia conocida.
Esta distinción semántica, presente en la mayoría de los idiomas indoeuropeos, se ha difuminado, desdibujado y anulado en muchas lenguas. El francés y el alemán, por ejemplo, no reconocen este matiz y utilizan un único término para indicar tanto confín/límite como frontera (frontiere y Grenze); en italiano y español, en cambio, la distinción se ha vuelto muy opaca, a pesar de la presencia de dos lemas diferentes. En inglés, y no es casualidad, la diferenciación lingüística se ha hecho más precisa con la presencia de tres lemas diferentes para definir el concepto: boundaries (confines), border (frontera) y frontiers (fronteras), un término utilizado a finales del siglo XIX por el historiador Frederick Jackson Turner (1976), que lo vinculó a la historia de Norteamérica para indicar la frontera hacia el oeste. Turner sitúa la frontera norteamericana en el límite de los territorios abiertos a la expansión y la conquista, fijada como un espacio de paso y definida como "el borde exterior de la ola, el punto de encuentro entre la barbarie y la civilización"1 (p. 22).
Los estudios sobre la frontera, que se desarrollaron en la década de 1990 en Estados Unidos y que se conocen como border studies, dan un vuelco total al punto de vista de Turner, circunscrito, además, a un periodo histórico bien definido, relacionado con el nacimiento del nacionalismo en Estados Unidos. Dichos estudios hacen hincapié en la frontera vista desde el otro lado, entendida, por tanto (también en sentido metafórico), no ya como el espacio de expansión colonizadora, sino como el lugar de resistencia del (ex) colonizado, que se sitúa en ella y desde allí conforma su "identidad" en continua transformación2.
Aunque los border studies enfatizan sobre todo en la dimensión problemática de la frontera, algunas categorías conceptuales que utilizan —cruce de fronteras, encuentro entre lenguas y culturas, identidad en continua renegociación, perspectivas múltiples, hibridación, mezcla de estilos y discursos diferentes— son muy útiles para analizar la zona que nos interesa aquí: la cuenca del Caribe.
Una región multilingüe
Como escribió Carpentier (1980), con la llegada de los españoles a América, el Caribe se convirtió de repente en el teatro de
[...] la primera simbiosis, el primer encuentro registrado en la historia entre tres razas que, como tales, nunca antes se habían encontrado: la raza blanca de Europa, la raza india de América —que representaba una novedad total— y la raza africana, que, si bien conocida en Europa, era desconocida al otro lado del Atlántico (p. 4).
Como es sabido, este encuentro/choque ha producido, en solo cinco siglos, una extraordinaria hibridación étnica, cultural y lingüística que hace del Caribe, desde sus orígenes, un lugar fronterizo por excelencia, una encrucijada en la que pueblos, lenguas y acentos diferentes han coexistido y habitado los mismos espacios.
Desde un punto de vista geográfico, delimitar las fronteras del área caribeña resulta ser una operación difícil, pues es complicado aclarar sus fluidos límites espaciotemporales.
Por tanto, si por un lado podemos afirmar que el mar de las Antillas y sus islas forman un microcosmos muy diverso, que comprende una superficie de unos 2 640000 km2 y abarca el arco compuesto por las islas caribeñas, las costas de Sudamérica, Centroamérica y la península de Yucatán, por otro lado nos damos cuenta de que tal explicación resulta insuficiente para presentar la región.
En efecto, el mar Caribe se transforma de "ente natural en ente cultural, ya que, de paisaje inanimado, escenario de aventuras ajenas, deviene lugar social, político, económico y cultural" (Riccio, 2002, p. 472). El área aparece de inmediato, como señala Benitez Rojo (1989), como un espacio cambiante, un lugar de cruce cuya comprensión va mucho más allá de la identificación de sus coordenadas espaciales. El cubano, en un arduo intento de dar una explicación visual de la zona, asocia el Caribe con la evocadora imagen de la Vía Láctea:
Si alguien exigiera una explicación visual, una gráfica de lo que es el Caribe, lo remitiría al caos espiral de la Vía Láctea, el impredecible flujo de plasma transformador que gira con parsimonia en la bóveda de nuestro globo, que dibuja sobre este un contorno "otro" que se modifica a sí mismo a cada instante, objetos que nacen a la luz mientras otros desaparecen en el seno de las sombras; cambio, tránsito, retorno, flujos de materia estelar (p. V).
De la descripción de Benitez Rojo se desprende que, para intentar fotografiar este espacio geográfica, histórica y, sobre todo, culturalmente cambiante, es necesario recurrir a una serie de coordenadas transversales capaces de darnos una imagen eficaz del concepto del Caribe entendido aquí como macrosistema cultural.
Los estudiosos cubanos Luis Alvarez Alvarez y Margarita Mateo Palmer han emprendido esta labor e identificaron, sin alejarse demasiado de la visión en espiral de Benitez Rojo, una serie de círculos concéntricos que conforman la zona y la caracterizan "culturológicamente" (Alvarez y Mateo, 2005, p. 22). A partir de numerosos parámetros —como la economía de plantación, la experiencia de la colonia, la esclavitud, el mestizaje, la música, el sincretismo religioso y las migraciones internas—, los autores detectan la existencia de un "Caribe nodal"3, que puede definirse como la base insular más estable. Identifican, además, una primera periferia, formada por islas no geográficas, sino socioculturales4; un segundo anillo, más alejado del epicentro, que incluye algunas zonas costeras del continente5, a los que se suman diversos contextos que siguen una trayectoria centrífuga con respecto al Caribe, pero que siguen compartiendo parte de su sistema histórico y cultural6.
Esta clasificación nos ayuda a entender mejor las intricadas superestructuras que se solapan en el área. El Caribe, a pesar de su difusa irradiación, es un espacio físico bastante limitado, caracterizado por una enorme variedad y estratificación lingüística y cultural, fruto de los largos procesos de colonización que han interesado el área.
Como expone Youssef (2002), podemos distinguir en el Caribe la presencia de numerosos idiomas, cuyas fronteras son muy resbaladizas (Tabla 1).
Fuente: Youssef (2002, 185).
Esta fragmentación lingüística ha dificultado la percepción del área, y la propia existencia del Caribe como entidad ha sido a menudo cuestionada o, al menos, percibida en términos sesgados, en especial a causa de las barreras lingüísticas.
De hecho, históricamente, la unidad lingüística se ha vinculado con la idea de nación, con la bandera o las danzas folclóricas (Anderson, 2009), mientras que la fragmentación en varios idiomas parece ser un síntoma de alienación mutua, separación y distancia. Sin embargo, afirma Bourdieu (1988):
Las "regiones" delimitadas según los distintos criterios imaginables (lengua, habitus, cultura, etc.) nunca coinciden perfectamente. Pero eso no es todo, la "realidad", en este caso, es social y las clasificaciones más naturales se basan en rasgos que no tienen nada de natural y son, en gran medida, el resultado de una imposición arbitraria, es decir, de un estado previo de la relación de fuerzas en el campo de las luchas por una delimitación legítima (p. 12).
Debido a la imposición arbitraria a la que se refiere Bourdieu, las Antillas han sido consideradas durante mucho tiempo no como el metaarchipiélago teorizado por Rojo7, sino más bien como un grupo de "islas aisladas", que se han analizado en relación con su lengua nacional y, en ocasiones, se han asimilado al estudio de la cultura y la literatura de las antiguas metrópolis. A este propósito, Glissant (2010) sostiene:
Una nación ya no es consustancial a su lengua. Se acabaron los "multilingüismos" imperialistas. El multilingüismo es uno de los ejes de la relación, y por ello se opone al generalizador universal. Resulta impracticable actualmente (y degenera en conflictos diglósicos) en los lugares donde la historia ha impuesto esta generalización trascendental. El multilingüismo es una marca del Caribe. Es uno de los ejes del mestizaje cultural. Se permite y se da en la Relación, donde las historias de los pueblos han abierto campos de expresión (p. 342).
Según Glissant, por tanto, el criterio tradicional de identidad reconocible en una sola lengua, un solo territorio y una sola raíz es inadecuado para explicar esta región que, por su conformación articulada, requiere un enfoque multifuncional, capaz de concebir la identidad como una categoría procesual, una construcción compleja que se nutre de diferentes lenguas, historias y sistemas de pensamiento.
Esta reflexión teórica de Glissant se integra con los actuales estudios sociolinguísticos sobre multilingüismo, los cuales han adoptado la noción de frontera para superar los límites de una perspectiva estrictamente estructuralista que, durante mucho tiempo, concibió las lenguas como entidades abstractas y separadas por compartimientos estancos8. Como destaca Léglise (2021), estos estudios hacen hincapié en la construcción de significados sociales mediante el uso de lenguas diferentes, "en las prácticas de lenguaje heterogéneas que revelan la diversidad de los contextos y al mismo tiempo son producto de ellos" (p. 53).
La multiplicidad de códigos en el Caribe ha creado diversas zonas de contacto, que dan lugar a numerosos intercambios interlingüísticos que han originado el proceso de creolización, fruto de siglos de evolución de una cultura "rizomática" (Deleuze y Guattari, 2017).
El mismo término "creolización", que se ha convertido en una verdadera categoría interpretativa y es utilizado por los más diversos teóricos, para dar cuenta de los procesos de relaciones dialógicas, tiene su origen en las Antillas9. Hoy en día, la creolización (Glissant, 1998), junto con la heterogeneidad cultural (Cornejo Polar, 2006), la transculturación (Ortiz, 2002), el mestizaje (Vasconcelos, 1948; Walsh, 2010) y el hibridismo (García Canclini, 1990), se han convertido en una metáfora conceptual clave para entender la especificidad americana.
Según las coordenadas que se decida seguir, el término adquiere nuevas y diferentes potencialidades. Para Glissant (2007), la creolización debe entenderse como una intervalización de elementos heterogéneos que introducen la "relación" no para universalizar, sino para activar un proceso de transformaciones mutuas, basado en la puesta en común de valores equivalentes, sin jerarquías.
El término incluye así los conceptos de relación, traducción, dislocación, transformación y recreación de una cultura que, mediante el contacto con elementos materiales de otras, adquiere nuevas identidades in fieri.
Este proceso se hace evidente en las Antillas, donde la proliferación de creóle, pidgin, patois ha generado y sigue generando, como en una incesante espiral lezamiana, nuevas variantes.
En este sentido, el Caribe se configura como parte de un polisistema cultural translingüístico, por utilizar el lenguaje de Even-Zohar10 (1995), en el que la coexistencia de múltiples lenguas no constituye necesariamente una desventaja, como sostiene Derrida (1996), una oportunidad. La diferencia lingüística se convierte en un verdadero espacio de reflexión y desconcierto para la identidad. La imposibilidad, como dice el filósofo argelino, de adherirse en exclusiva a una lengua permite vivir la experiencia de un más allá siempre presente, de una alteridad que ya no está al otro lado de una frontera y que, por tanto, hay que temer, sino que se hace tangible al penetrar en cada discurso, en cada comunicación, y deja huellas imprevisibles, ahora en una inflexión particular del lenguaje, ahora en un significado inédito de una palabra.
Esta irreductibilidad del lenguaje, que Glissant (2010) denomina opacidad, debe entenderse, según el caribeño, como un valor que hay que oponer a todo intento de reducir al ser humano a la escala de un modelo universal, y la "doble conciencia" lingüística que deriva de su condición de antillano se convierte en un factor importante en la construcción de una identidad cultural compartida. Así pues, Glissant propone una redefinición de la lengua que señale su origen de otro lugar mediante alteraciones del acento, del tono, del sentido cultural y de la escansión política del tiempo:
Aunque al entrar en nuestra historia adoptemos (nosotros los antillanos) las diversas lenguas europeas y las adaptemos, nadie sin embargo nos las enseñará. Seremos nosotros, a lo mejor, quienes enseñaremos a los europeos una nueva práctica y, abandonando la poética del no-saber (la contrapoética), los iniciaremos en un nuevo capítulo de la historia de los hombres, (p. 271)
Conclusiones
Si la identidad, como sostiene el martiniqués, resulta siempre de la relación con el otro, se deduce que la diferenciación es la condición sine qua non para la identificación. En el Caribe, el multilingüismo constituye el primer elemento de diferenciación y, como tal, debe analizarse para iniciar el camino dialéctico que conduce, mediante la superación de las fronteras lingüísticas y la creación de un espacio fronterizo, a la identificación de toda la región.
Esta perspectiva valorizadora de las diferencias de lenguas ha tenido una realización en algunas políticas culturales llevadas a cabo en la región. En el Caribe hispano, un ejemplo emblemático es la labor de la institución cubana Casa de las Américas, que en 1980 dio origen al Centro de Estudios del Caribe, un lugar especializado exclusivamente en la región, cuyo objetivo es fomentar encuentros periódicos intercaribeños y apoyar la investigación y la promoción cultural de las regiones del Caribe. Además, en 1981, se creó la revista multilingue Anales del Caribe, encargada de estudiar, publicar y difundir las novedades científicas, académicas y artísticas del y sobre el Caribe. La revista acoge contribuciones en inglés, francés y español, así como en creóle con el fin explícito de "estimular, promover y divulgar las investigaciones de la cultura y las ciencias sociales. Los hechos de la historia y la cultura que vinculan a los pueblos caribeños son una realidad palpable en nuestros días" (Rodríguez, 1981, p. 7).
Desde esta perspectiva, la cuestión de la diversidad lingüística en el Caribe insular aparece bajo otra luz. Si, como sugiere Glissant (2007), pensamos el plurilingüismo como parte de la poética de la relación, dejará de constituir un elemento irreparable de división y garantizará, en cambio, ese derecho a la opacidad en el que insiste el martiniqués, cuando afirma que no es necesario "comprender" al otro en el sentido de incluirlo, de reducirlo a un modelo de transparencia, para vivir y poder construir juntos11.
De ello se desprende que el multilingüismo deja de ser única y exclusivamente una barrera que separa y se convierte en el instrumento de expresión de la especificidad, en la práctica de la representación de la diferencia, en una verdadera frontera móvil que conecta el imaginario de las lenguas.
La frontera, por su propia naturaleza, conecta y separa, de muchas maneras, al mismo tiempo. El lenguaje, por su esencia, está y estará siempre en un espacio fronterizo, ya que, como afirma Derrida (1996), no existe un sistema lingüístico puro. "Nunca se habla una sola lengua" (Derrida, 1996, p. 5), en el sentido de que no existe ningún sistema lingüístico que no revele elementos de otras lenguas, ni existe una lengua única para expresar y difundir una cultura.
Notas
1 Para Turner (1976), la "frontera" debe entenderse como un espacio móvil de interacción. A partir de una perspectiva estadocéntrica, el historiador considera la frontera como una línea de expansión en la que se detiene la conquista de un poder central. A lo largo de dicha línea, según el autor, se formó el Estado estadounidense que, en el encuentro/choque con la otredad (las comunidades indígenas de Norteamérica), forjó sus características culturales sobresalientes de pragmatismo y espíritu emprendedor.
2 Los border studies toman como modelo a los chicanos, sujetos fronterizos por excelencia, para analizar las prácticas lingüísticas y culturales como paradigma del cruce y de la superación de las barreras nacionales. La autora chicana Gloria Anzaldúa, al hablar de "identidad mestiza", examina la condición de quienes viven en el umbral y subraya cómo este particular estar in-between es un auténtico laboratorio de conflicto y coexistencia al mismo tiempo. La frontera se convierte así, en esta zona en particular, en un lugar doloroso, un escenario de confrontación, una herida abierta, un espacio donde situarse, pero en el que siempre se es extranjero, como en un punto de confluencia e intercambio (Zaccaria, 2004).
3 Un epicentro compuesto por las Antillas Mayores (Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, Haití, Jamaica) y las Antillas Menores (Anguila, Antigua y Barbuda, Aruba, Barbados, Islas Vírgenes, Islas Caimán, Dominica, Granada, Guadalupe, Martinica, Montserrat, San Andrés, Neerlandesas, San Bartolomé, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Trinidad y Tobago, Bahamas y las islas de Providencia y San Andrés).
4 Es el caso de Belice, Guyana, Surinam y Guayana Francesa.
5 Colombia (Cartagena de Indias), México (Veracruz y Yucatán), Venezuela (desde el golfo hasta el estuario del Orinoco), parte de Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala.
6 Luisiana y Florida, el noreste de Brasil, e incluso El Salvador.
7 "El Caribe es un mar histórico-económico principal y, además, un meta-archipiélago cultural sin centro y sin límites, un caos dentro del cual hay una isla que se repite incesantemente —cada copia distinta—, fundiendo y refundiendo materiales etnológicos como lo hace una nube con el vapor de agua" (Bénitez Rojo, 1989, p. VIII).
8 La sustitución de términos como alternancia de códigos o mezcla de códigos, con expresiones como prácticas transidiomáticas, crossing, translanguaging, translingual practices, polylanguaging o languaging, son una prueba del cambio de perspectiva, conocido también como multilingual turn (Léglise, 2021, p. 54).
9 El concepto de creolización ahonda sus raíces en el término creóle, que designa ante todo una lengua compuesta, nacida del contacto entre elementos lingüísticos diferentes que, al "transcultu-rizarse", acaban convirtiéndose en lenguas más o menos aceptadas y reconocidas de una comunidad. "Los idiomas criollos son, pues, el resultado de estos contactos de lenguas en situaciones de graves dificultades comunicativas y de aguda desigualdad social" (Patino, 2000, p. 110).
10 Aquí ampliamos el concepto de polisistema lingüístico de Even-Zohar (1995), que circunscribía su uso al ámbito estrictamente literario.
11 Glissant (2007) hizo del derecho a la opacidad un verdadero estandarte de su poética de la relación. Para el intelectual martiniqués, "la necesidad de transparencia es una prerrogativa del pensamiento occidental según la cual, para poder 'comprenderte' y así aceptarte, tengo que reconduct tu profundidad a esa escala ideal de valores que me proporciona motivos de comparación y quizás de juicio. Debo reducir" (p. 173).
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