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GUERRA FRÍA CULTURAL:
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HISTORIA Y POLÍTICA
10.14718/CulturaLatinoam.2024.39.1.2
Maria Cristina Secci
Università degli Studi di Cagliari
https://orcid.org/0000-0002-7919-0227
secci@unica.it
Fecha de recepción: 30 de marzo de 2024
Fecha de aceptación: 30 de julio de 2024.
Referencia: Secci, M. C. (2024). Guerra fría cultural: la relación de Jorge Ibargüengoitia con Casa de las Américas a raíz del Simposio de Chichén Itzá y de Life en Español. Cultura Latinoamericana ,39(1), 60-81. http://dx.doi.org/10.14718/CulturaLatinoam.2024.39.L2
Resumen
En Chichén Itzá, Yucatán, entre el 7 y el 12 de noviembre de 1964, se celebró el Tercer Simposio Interamericano, organizado por la Fundación Interamericana para las Artes (IAFA). Dicha fundación invitó a intelectuales y artistas estadounidenses y latinoamericanos —poetas y pintores, arquitectos y escultores, novelistas y dramaturgos, entre ellos a Jorge Ibargüengoitia— para promover el entendimiento y el diálogo entre las dos regiones del continente. Apenas un mes después, el 18 de enero 1965, la revista Life en Español dedicó un breve reportaje al evento —«Camaradería cultural»—, dentro del cual apareció un artículo de Ibargüengoitia bajo el título «Una provechosa camaradería intelectual y artística».
El artículo pretendía contribuir a la comprensión de las razones que llevaron al enfriamiento de la relación entre Jorge Ibargüengoitia y Casa de las Américas a partir de su participación en el simposio y la colaboración con Life.
Palabras clave: Jorge Ibargüengoitia; Casa de las Américas; Guerra Fría cultural; Fundación Interamericana para las Artes (IAFA); Conversaciones con Bloomsbury
Abstract
In Chichén Itzá, Yucatán, the Third Inter-American Symposium, organized by the Inter-American Foundation for the Arts (IAFA), was held from November 7 to 12, 1964. IAFA invited US and Latin American intellectuals and artists—poets, painters, architects, sculptors, novelists, and playwrights, including Jorge Ibargüengoitia—to promote understanding and dialogue between the two regions of the continent. Just a month later, on January 18, 1965, Life en Español magazine dedicated a brief report to the event—"Cultural Camaraderie"—featuring an article by Ibargüengoitia titled "A Profitable Intellectual and Artistic Camaraderie."
This paper intends to contribute to understanding the reasons behind the cooling relations between Jorge Ibargüengoitia and Casa de las Américas, stemming from his participation in the symposium and collaboration with Life.
Keywords: Jorge Ibargüengoitia; Casa de las Américas; Cultural Cold War; Inter-American Foundation for the Arts (IAFA); Conversaciones con Bloomsbury
En Chichén Itzá, Yucatán, entre el 7 y el 12 de noviembre de 1964, se celebró el Tercer Simposio Interamericano, organizado por la Fundación Interamericana para las Artes (IAFA, por sus siglas en inglés). Dicha fundación invitó a intelectuales y artistas estadounidenses y latinoamericanos —poetas y pintores, arquitectos y escultores, novelistas y dramaturgos, entre ellos a Jorge Ibargüengoitia— para promover el entendimiento y el diálogo entre las dos regiones del continente.
Apenas un mes después, el 18 de enero 1965, la revista Life en Español1 dedicó un breve reportaje al evento —«Camaradería cultural»—, dentro del cual apareció un artículo de Ibargüengoitia bajo el título «Una provechosa camaradería intelectual y artística». El redactor del reportaje presentaba previamente al autor a través de una semblanza que subrayaba ciertos aspectos de su biografía en ese momento, como que se trataba de un autor mexicano que había recibido el premio de novela en el Concurso Latinoamericano de Casa de las Américas en 1964. Además, en la nota inicial, se orientaba al lector sobre la naturaleza del texto de Ibargüengoitia para dejar claro que «a pesar de su tono humorístico, refleja el ambiente de estos originales simposios, así como los beneficios que aportan a los asistentes y la cultura americana de que son exponentes» (Life 1965, p. 23).
El trabajo que se presenta a continuación es parte de un estudio más amplio, aún en proceso, y pretende contribuir a la comprensión de las razones que llevaron al enfriamiento de la relación entre Jorge Ibargüengoitia y Casa de las Américas tras haber recibido el premio de teatro en 1963 y, posteriormente, el ya mencionado de novela. La visión de los hechos es inevitablemente parcial, así que no tendría que sorprender si en el futuro esta se modificara en parte o incluso del todo. Para completar la perspectiva, será fundamental el análisis de «Revolución en el jardín», que dejaremos fuera de este artículo. De dicha crónica hasta ahora se editaron dos versiones: la primera, con el subtítulo de «fragmentos», es de 1965, y apareció en la Revista de la Universidad de México; la segunda, de 1972, y se publicó en la recopilación que hizo el mismo autor bajo el título Viajes en la América ignota, en la serie Contrapuntos, editada por Joaquín Mortiz2. La versión original de la crónica está actualmente inédita y cuenta con casi 120 páginas. Como señala Juan Villoro, Ibargüengoitia describió en «Revolución en el jardín» la Cuba revolucionaria en términos insólitos para la izquierda de la época: su crónica «desconcertó a los convencidos de que todo huésped de Casa de las Américas debía profesar una gratitud de Estado» (Villoro, 2008, pp. 18-19).
Varios escritos se integran al análisis. Una entrevista de 1981 realizada al autor por Rosa María Pereda y publicada en El País testimonia, años después de la década de los 60, en la cual nos centraremos, la relación compleja entre Ibargüengoitia y la isla:
Yo fui a Cuba en 1964, antes que mucha gente, y ahora soy persona non grata. Mis relaciones con Cuba acabaron mal y, sin embargo, ellos promovieron mi novela [Los relámpagos de agosto] como nadie. Se hicieron traducciones, se vende en todo el mundo... Cuando fui, supe que habían conseguido lo que nunca se consiguió en América Latina, pero luego encontré el árbol lleno de gusanos. (Pereda, 1981, p. 5)
No era la primera vez que Ibargüengoitia se pronunciaba sobre las «cosas desagradables» (Ibargüengoitia, 1975, p.111) que habían ocurrido. Una explicación bastante detallada de lo acontecido —fiel, además, al escenario que aflora de la correspondencia inédita custodiada en el archivo de Casa de las Américas— lo publicó en 1967 en el cuento-crónica «Los compañeros de viaje»:
Para estas fechas ya había yo cometido dos errores imperdonables a los ojos de los cubanos: ir al Simposio de los intelectuales y escribir un artículo en Life. Porque ellos han descubierto, gracias a información proporcionada por el New York Times, que tanto la Fundación Interamericana para las Artes, que fue la que organizó el simposio, como el Life en español, son instrumentos de infiltración de la CIA en la América Latina. Pero como yo no leo el New York Times, creía, entonces, ingenuamente que la Fundación Interamericana para las Artes era una institución formada con el objeto de evadir impuestos, y que el Life era una revista muy mala que paga religiosamente sus colaboraciones. El caso es que cuando Marcia [Leiseca, secretaria de la Casa de las Américas] recibió mi artículo [«Revolución en el jardín»], ya era yo considerado en Cuba como un ser débil, vendido al imperialismo. (Ibargüengoitia, 1975, pp. 112-113)
Anteriormente, entre 1954 y 1956, Ibargüengoitia había sido becario del Centro Mexicano de Escritores y de la Fundación Rockefeller. Aunque estos apoyos de origen norteamericana no ocasionaros rémoras cuando, por dos veces, le fue otorgado el premio Casa de las Américas, fue a partir de su participación en el simposio de Chichén Itzá y de la colaboración con Life en español que la relación con la institución cubana se volvió delicada.
La Guerra Fría cultural
El Simposio Interamericano de Chichén Itzá era parte de los programas de actuación de la diplomacia cultural de Estados Unidos durante la Guerra Fría. La IAFA, que lo promovía, hizo su primera aparición a comienzos de 1964, cuando se rebautizó el Inter-American Committee (IAC), el cual, a su vez, había nacido en 1962, cuando tuvo lugar en Bahamas el Primer Simposio Interamericano. Según refiere Ibargüengoitia en Life, ya en la invitación que se hizo llegar a los participantes en el evento, la organización anunciaba sus intenciones: «El propósito de la Fundación es sencillo y evidente: consiste en fomentar, por medio del contacto personal, un intercambio de ideas y de información sobre los problemas artísticos, sociales y políticos que afectan a todo este hemisferio» (Ibargüengoitia, 1965, p. 24).
Así pues, la IAFA, con el objetivo de lograr un acercamiento a los intelectuales latinoamericanos a través de esfuerzos conscientes y deliberados (Alburquerque, 2011, p. 144), incluía entre sus prioridades la creación de institutos culturales binacionales en Latinoamérica y el desarrollo de programas de traducción (Cohn, 2012, p. 150). En el citado reportaje de Life se describe a la fundación como una entidad con asiento en Nueva York que «recibe apoyo financiero de empresas privadas y de filántropos, tanto norteamericanos como latinoamericanos» (Life, 1965, 23). Los programas culturales estadounidenses de esa época podían, en efecto, involucrar tanto al sector público como al privado, así como estar abiertamente vinculados a la política o no. Filántropos como la Fundación Ford o el Fondo de los Hermanos Rockefeller la apoyaban porque consideraban que la organización desempeñaba un papel fundamental en la batalla del sector privado contra el comunismo (Cohn, 2012, p. 148).
La amistad somera con Bloomsbury-Botsford
La Fundación Interamericana para las Artes tenía grandes similitudes con el Congreso por la Libertad de la Cultura (Alburquerque, 2011, p. 142). En la definición de Frances Stonor Saunders, la misión del Congreso «consistía en apartar sutilmente a la intelectualidad de Europa occidental de su prolongada fascinación por el marxismo y el comunismo, a favor de una forma de ver el mundo más de acuerdo con el 'concepto americano'» (Stonor, 2001, p. 13). Pero entre los objetivos del Congreso también estaba, ciertamente, la intelectualidad latinoamericana. Ibargüengoitia lo describe en otro texto ambientado en el contexto de la Guerra Fría cultural, «Conversaciones con Bloomsbury»3, con la ironía de una retorcida pregunta: «¿Sería un organismo capitalista para combatir la opresión comunista, o un organismo comunista para combatir la opresión capitalista?» (Ibargüengoitia, 1967a, p. 119).
El hecho de que el Congreso para la Libertad de la Cultura estuviera patrocinado por la inteligencia estadounidense se había revelado en 1966 y, por ello, en el momento de la publicación de la colección La ley de Herodes y otros cuentos —que incluía «Conversaciones con Bloomsbury»—, es decir, en 1967, era un escándalo todavía reciente para la prensa, la opinión pública y sus lectores. Aunque, como bien explica Alburquerque, parte de los intelectuales que participaron en el Congreso prestaron servicios a la causa norteamericana sin saberlo: «Coadyuvaron a que se oyera con más fuerza en la opinión pública de sus respectivos países aquello que los ideólogos y propagandistas de la CIA habían considerado adecuado y beneficioso para Estados Unidos» (Alburquerque, 2011, p. 144).
Bajo el seudónimo del editor gringo, Bloomsbury, que en el relato de Ibargüengoitia desempeña el papel de antagonista y sobre el cual recae la sospecha de tener un vínculo con la CIA, quien está en realidad es Keith Botsford, un hombre de letras de origen belga. Botsford había nacido en 1928, como Ibargüengoitia. En 1946 se alistó en el Ejército de los Estados Unidos y prestó servicio en el contraespionaje. En 1962 se unió al Congreso para la Libertad de la Cultura y pasó tres años en América Latina, parte de ellos en Ciudad de México. Más tarde, en 1965, dejó el país y aceptó el puesto de secretario adjunto de la Internacional PEN, fundada en Londres en 1921 para promover la cooperación intelectual entre escritores en defensa de la libertad de expresión. Finalmente, se convirtió en director del Centro Nacional de Traducción de la Fundación Ford en la Universidad de Texas.
A ese conocimiento personal entre Botsford e Ibargüengoitia se refiere Patrick Iber, según el cual nuestro autor se había convertido en un «amigo íntimo» de Botsford durante su estancia en México —el cuento «Conversaciones con Bloomsbury» está ambientado en 1964—. Iber subraya la frágil situación en la que se encontraba el guanajuatense en ese momento, puesto que Ibargüengoitia «was a graduate of the CME and, in the early 1960s, a struggling playwright»4 (Iber, 2015, pp. 188-189). Poco más de un mes después de la celebración del Simposio Interamericano, Ibargüengoitia recibió un pago por parte del Congreso por la Libertad de la Cultura como adelanto por una traducción de George Orwell5. La solicitud del pago estaba firmada por Keith Botsford6 y dirigida a Kenneth Donaldson.
Otra referencia es la carta que Ibargüengoitia envió el 12 de mayo de 1970 a Jack Roberts en la University of California, Los Ángeles, en la cual se refiere a Botsford como «un buen amigo». El documento, conservado en Princeton, se refiere de forma explícita a la disponibilidad de los derechos de traducción al inglés de Los relámpagos de agosto: «Debo advertirle que un buen amigo mío, Keith Botsford, mandó un ejemplar a Viking, cuyo lector, después de hacer un elogio halfhearted, recomendó no publicarla por ser demasiado corta»7.
En la University of Chicago Library se conserva un texto mecanografiado de 26 páginas correspondiente a la primera parte de «Revolución en el jardín» en su versión inédita —de la que ya hablamos en los primeros párrafos—, acompañada de unas pocas líneas escritas a mano. Al papel de Botsford como intermediario frente a mecenas y editores se suma al calificativo de lector de confianza de Ibargüengoitia: «Keith, aquí te va 1/3 del total. Te escribo largo después. Léelo y dime qué piensas. Jorge»8.
Más allá del cuento y de los documentos conservados en archivos, una crónica escrita por Ibargüengoitia en 1983, titulada «En primera persona: hijo de Bloomsbury», reconstruye la relación con Bloomsbury sin mencionar nunca el verdadero nombre Botsford:
«Conversaciones con Bloomsbury» es un cuento que escribí hace diecisiete años basándome en un personaje que conocí hace veinte. Trata de un escritor norteamericano que vino a México con una beca del Congreso por la Libertad de la Cultura y que en los tres años de su estancia adquirió fama de ser agente de la CIA. Cuando él se fue de México, yo escribí el cuento y se lo mandé, él se molestó un poco, pero no se acabó la amistad, lo volví a encontrar en Santa Cruz, California, en 1968 y en Londres en 1974. (Ibargüengoitia, 1983, p. 44)
La «amistad» bajo la sombra de cierto mecenazgo se vuelve un leitmotiv, junto con el tema del dinero. Ibargüengoitia, en la crónica, viene a clasificar la relación con Bloomsbury-Botsford como de amistad y a reconocer sus beneficios:
No pienso buscarlo ni quiero volver a verlo, pero cuando recuerdo nuestra amistad, que fue tan confusa, llego siempre a la conclusión de que para mí fue benéfica. Hay tres cosas que le agradezco: él fue quien me aconsejó dejar el teatro y escribir una novela, antes de que Los relámpagos de agosto fuera premiada en Cuba él arregló que varios capítulos fueran publicados en una revista brasileña, por último, él me dio la idea de escribir un libro que trece años después se llamó Las muertas. Para una amistad somera, es bastante. (Ibargüengoitia, 1983, p. 45)
Efectivamente, la intervención de Botsford fue decisiva para que se publicara un capítulo de Los relámpagos de agosto en la revista Cadernos Brasileiros en 1963, antes del premio Casa de las Américas y de la primera edición en español de la novela. Según Alburquerque, Cadernos Brasileiros, junto con otras revistas, «fueron las experiencias editoriales que hicieron circular por el continente el mensaje que el organismo [el Congreso por la Libertad de la Cultura] y, presuntamente, la CIA querían irradiar» (Alburquerque, 2011, p. 120).
La crónica «En primera persona: hijo de Bloomsbury» fue la última publicada por Jorge Ibargüengoitia antes de morir. Apareció en noviembre de 1983 en la revista mensual Vuelta, así como en el periódico El Porvenir, justo el día del anuncio del avionazo9 y la muerte del autor.
Cambiar ideas, no llegar a conclusiones
La promoción de la literatura latinoamericana en Estados Unidos durante la Guerra Fría dependía de programas culturales que recibían presiones políticas y se apoyaba en una red estatal-privada en la cual se entrelazaban múltiples actores. El objetivo declarado por las fundaciones, los comités y los centros alineados con la Guerra Fría cultural era defender una presunta libertad artística —«conceived of as both an extension and emblem of democracy»10 (Cohn, 2012, p. 146)— y contrarrestar el activismo de la izquierda latinoamericana, que, a principio de los años sesenta, manifestaba quizás su máxima expresión en el apoyo a la Revolución cubana.
Las dinámicas que caracterizan dicha diplomacia cultural durante esa época eran complejas: por un lado, se buscaba crear consenso en los mismos ciudadanos estadounidenses que temían el «subjuga-ting [of] art to the dreary dictates of a totalitarian political ideology»11 (Wilford, 2008, p. 101) en los países comunistas y, por el otro, a través de programas y organizaciones se acercaban a los intelectuales latinoamericanos para convencerlos de una bondadosa política exterior de Estados Unidos en la región. A tal propósito se procuraba, además, enviar artistas estadounidenses a vivir en el extranjero para que pudieran influenciar positivamente, y se activaban programas como el Comité Interamericano (IAC, por sus siglas en inglés) que se basaban «in the potential political use value of Latin American intellectuals and the literature that they created» (Cohn, 2012, p. 149)12.
Podría parecer contradictorio, pero para contrarrestar el frente comunista, se daba apoyo a los autores e intelectuales latinoamericanos de izquierdas. De hecho, la programación literaria de las organizaciones estadounidenses, según Deborah Cohn, representa una de las grandes paradojas de la época: los esfuerzos de la Guerra Fría por neutralizar la amenaza comunista motivaron el apoyo público y privado a la producción cultural de una región de gran interés político para Estados Unidos «creating a space for authors associated with the rising tide of Marxism in Latin America and, by extension, for the expression and dissemination in their works of the ideology that the state was trying to eradicate» (Cohn, 2012, p. 149)13.
También parece incoherente la actitud de Jorge Ibargüengoitia, quien se relaciona con Casa de las Américas, pero al mismo tiempo es invitado y participa en el simposio de Chichén Itzá, aunque parecida conducta sería reconocible en muchos de los artistas y escritores latinoamericanos de la época, los cuales encontraban atractivos los programas culturales estadounidenses que pudieran favorecer su obra —apoyos para traducciones, becas, revistas, etcétera—. Algo similar describe el propio Ibargüengoitia en el cuento que compone sobre la experiencia del citado simposio, «Los compañeros de viaje», cuando leemos que, durante el viaje en avión hacia Mérida,
cada quien fue a sentarse junto a quien le convenía. Yo estuve platicando con Jack Thompson y conseguí que me diera una beca, Pepe Donoso arregló que Knopf, que andaba de Bermuda shorts y sombrero tirolés, publicara su libro; William Styron le encargó a Juan García Ponce la traducción de su novela. (Ibargüengoitia, 1975, p.106)
Se puede entender, igual que en el artículo publicado en Life, cómo la narración sarcástica de las anécdotas realizada por el autor se entrelazaba con declaraciones de pura confianza: «Se va a un Simposio porque se cree en la necesidad de comunicación, porque se tiene buena voluntad, porque se tiene fe en que los demás van a tener buena voluntad, porque se puede dar y se necesita recibir» (Ibargüengoitia, 1965, p. 26). Ibargüengoitia reconoce con aparente optimismo que, en lo individual, todos los participantes «sacaron grandes ventajas, o cuando menos, ideas nuevas» (Ibargüengoitia, 1965, p. 26), aunque tanta intelectualidad reunida durante aquel Tercer Simposio Interamericano no consigue ningún resultado, y a todo mundo se le olvida que no tiene «poder para resolver ninguno de los problemas que estábamos tratando y que el objeto de la discusión era cambiar ideas, no llegar a conclusiones» (Ibargüengoitia, 1965, p. 26).
A Thompson le escribe una carta antes del simposio, el 8 de agosto de 1964, para pedirle «a different grant»14, puesto que por el momento, según afirma, no quiere viajar. Describe como agotadora la actividad que lleva realizando desde hace meses: impartir clases de español a norteamericanos. Si dispusiera de mil dólares, podría dejarlo y, una vez terminada la traducción de Orwell, dedicarse a Viajes en la América ignota: «I will describe my book to impress you: the first part is a very personal description of my trip to Cuba in March, no, in February, as a guest of the Government, as winner of a contest, and as ex-jury of the same contest»15. Asevera que podría acabar el libro «by 1984, because I rather teach than starve». En cuanto a la solicitud de dinero, la hace sin disimulo: «I need money for that [...] Will you help me?»16.
Tres simposios
Antes de Chichén Itzá, entre 1962 y 1964, se celebraron otros dos simposios. El primero, como ya se apuntó, tuvo lugar en las Bahamas en octubre de 1962, poco después del final de la crisis de los misiles cubanos, con el objetivo de debatir las políticas interamericanas y las relaciones culturales de ambas regiones. La idea fue de Robert Wool, redactor jefe de Show: The Magazine of the Performing Arts, que escribía frecuentemente sobre América Latina y que había viajado por la región (Cohn, 2012, p. 145). Además de estadounidenses, fueron invitados a participar artistas e intelectuales de América Latina como Fernando Alegría y Carlos Zavaleta. También asistió un funcionario de asuntos latinoamericanos del Departamento de Estado de Estados Unidos (Alburquerque, 2011, p. 142). Tras la celebración del evento, los participantes latinoamericanos «volaron a Nueva York, donde Wool había concertado reuniones con editores con la esperanza de ayudarles a difundir sus trabajos en Estados Unidos» (Cohn, 2012, p. 144) y de ahí, a Washington DC para reunirse con el presidente John Kennedy y otros funcionarios de la Casa Blanca. Como bien dice Germán Alburquerque, un escritor que se encontraba conversando directamente con el presidente de Estados Unidos «tenía buenas razones para impresionarse y hasta cambiar la percepción con que había llegado al simposio. Si ese escritor regresaba a su país con otro discurso, la táctica había dado resultado» (Alburquerque, 2011, p. 144).
En noviembre de 1963 se celebró el Segundo Simposio en Puerto Rico, bajo el lema «El individuo como artista y ciudadano en las Américas de hoy». Asistieron varios de los que participaron en el primero, pero también nuevos integrantes, entre ellos José Luis Cuevas, Juan José Gurrola, Juan García Ponce y Jaime García Terrés. También estuvieron allí Ernesto Sábato, Marta Traba y afiliados del IAC, como Julius Fleischmann y Rodman Rockefeller. Una vez más, los participantes latinoamericanos viajaron a Nueva York y Washington DC para reunirse con editores y políticos, incluido el presidente Kennedy, con quien se vieron el 20 de noviembre. Como bien hace notar Cohn, aquel fue el último acto público que celebró el presidente, al que asesinaron dos días más tarde en Dallas (Cohn, 2012, p. 151). Wool había organizado que los latinoamericanos dieran conferencias en varias universidades estadounidenses tras el viaje a Washington, pero muchos estaban tan consternados por el crimen que cancelaron sus planes (Cohn, 2012, p. 151).
Varios participantes mexicanos en el simposio de Puerto Rico, entre ellos, Jaime García Terrés (Cohn, 2012, p. 151) —que dirigía la Revista de la Universidad de México, en la cual Ibargüengoitia colaboraba entonces— desempeñaron un papel decisivo en la organización del simposio de 1964 en Chichén Itzá.
Inmediatamente después de aquel evento se celebró el Primer Festival Interamericano de las Artes en la Ciudad de México. El objetivo, tanto del simposio como del festival, según relata Ibargüengoitia en Life, era reunir a los intelectuales y artistas del continente para que pudieran intercambiar «impresiones con toda franqueza, sin la presencia de público ni de prensa» (Ibargüengoitia, 1965, p. 23) y promover el intercambio cultural, la comprensión mutua y cierta amistad. El acontecimiento pareció tener el efecto deseado entre los escritores y los editores que participaron. James Laughlin, por ejemplo, empezó a publicar literatura latinoamericana como resultado de los contactos que estableció durante el simposio (Cohn, 2012, p. 151).
Los compañeros de viaje
Antes de volver al artículo publicado en Life, para entender su participación en el simposio mexicano tenemos que considerar que Ibargüengoitia escribió también otro(s) texto(s) sobre esa experiencia: «Los compañeros de viaje». Se trata de una obra semidesconocida por la crítica, que presenta dos versiones en español (una de las cuales inédita, hasta donde tengo conocimiento) y otra traducida al inglés.
La versión impresa, que se publicó en 1967 en la revista de la Universidad Iberoamericana Comunidad, es un cuento-crónica que se nutre del texto homónimo inédito y de la crónica «Revolución en el jardín». Se compone de tres partes numeradas: I. El simposio de los intelectuales; II. En La Habana; III. El entrevistado. Las tres narraciones (I, II y III) cuentan las experiencias en Chichén Itzá y en Cuba sin solución de continuidad, ubicando al protagonista en los dos países y en ambas experiencias: «Marcia Leiseca es la secretaria de la Casa de las Américas. Yo había tratado de comunicarme con ella durante todo el día, el primero que pasé en Cuba, ocho meses antes del Simposio» (Ibargüengoitia, 1975, p.111). Esta misma versión se volvió a publicar en Argentina en 1975, cuando el autor aún vivía, en un libro colectivo.
El vínculo entre las dos experiencias, en Cuba y en Chichén Itzá es reiterado en 1969 cuando se publicó en inglés, en la Latin American Research Review la parte I, dedicada al simposio. El texto es introducido por una nota que cita una «aventura editorial» cubana sobre la cual volveremos más adelante:
Ibargüengoitiais an excerpt from a personal commentary on the Symposium of the Intellectuals which took place in Mexico and a publishing venture which took place in Cuba. Due to a lack of space reproducing only the part concerned with the symposium. (Ibargüengoitia, 1969, p. 223)
La versión actualmente inédita de «Los compañeros de viaje» —evidentemente, anterior a la de Comunidad— pertenece al género cuentístico y se encuentra dentro del manuscrito original mecanografiado de La ley de Herodes, custodiado en Princeton. Esto significa que cuando, en ese mismo año de 1967, la editorial Joaquín Mortiz publicó el libro bajo el título La ley de Herodes y otros cuentos, por alguna razón se tomó la decisión de dejar fuera justamente el texto «Los compañeros de viaje».
En la mencionada compilación de La ley de Herodes, el carácter autobiográfico de los cuentos escritos entre 1962 y 1966, se sobrepone a las anécdotas en las cuales el protagonista traba amistad con un supuesto espía de la CIA en el momento en que él le dice «yo pienso que lo único que se puede hacer por ustedes es darles dinero» (en el ya mencionado «Conversaciones con Bloomsbury») o se somete a una desagradable revisión médica arrodillado a 90 ° para obtener una beca y poderse ir a estudiar en los Estados Unidos (en «La ley de Herodes»). El tema dinerario resulta un motor tan significativo que, en la versión original de la compilación conservada en Princeton, los cuentos están divididos en tres subsecciones I, II y III, denominadas «Aventuras del dinero ajeno». La ley que rige dichas aventuras para el autor no tiene misterio: «O te chingas o te jodes».
El simposio de Chichén Itzá y las fotos de Chano
En Chichén Itzá fueron cincuenta y dos los participantes, provenientes de Estados Unidos y América Latina, que se reunieron para aportar sus puntos de vista sobre los temas de debate: «El hombre humano y los problemas estéticos del urbanismo» y «Las elecciones estadounidenses y las relaciones interamericanas». Aunque Ibargüengoitia consideró que no tenía nada que decir al respecto que valiera la pena, supuso que la mayoría de los demás invitados estaría en las mismas y aceptó la invitación, no sin ocultar su sorpresa, pues nadie hasta el momento, dijo, lo había considerado un intelectual, excepto él mismo (Ibargüengoitia, 1965, p. 24). Los demás invitados, en cambio, «no sólo eran importantes, sino, además, conocidísimos» (Ibargüengoitia, 1965, p. 24) y, como indica la nota inicial del reportaje, todas ellas, personas fuera de lo ordinario.
Algunos de ellos salen retratados en las fotos en blanco y negro de Felipe Chano que acompañan el reportaje17. Entre los mexicanos, Juan José Gurrola, Juan García Ponce y el mismo Jorge Ibargüengoitia, con una mueca mientras levanta su mano en una de las imágenes.
El corte humorístico de la nota de Ibargüengoitia es alimentado por el carácter de las fotos de Chano, que retrata, por ejemplo, a los delegados dialogando «hasta mientras se refrescaban en la piscina del hotel» (Ibargüengoitia, 1965, p. 24). En dicha foto, se reconoce a Ibargüengoitia mientras platica con José Luis Cuevas, Marta Traba, que toma el sol, Carlos Fuentes y Gurrola en el agua. Aparecen, además, Fernando de Szyszlo y Rodman Rockefeller.
A Chano, «un tipo con barba de candado, que se decía fotógrafo de Life» (Ibargüengoitia, 1975, p.106) se refiere, sin nombrarlo, el autor mexicano en el cuento «Los compañeros de viaje» cuando describe el viaje en avión que transportaba a los invitados al simposio a Mérida.
Viéndolo ir de un lado a otro por el pasillo del avión, Rulfo le dijo a Ibargüengoitia: «Este es espía de la CIA. Lo he visto disparar la cámara cincuenta y cuatro veces sin cambiar de rollo» (Ibargüengoitia, 1975, p.106).
La cena, el abordaje y el elevador
El recurso principal del artículo para Life de Jorge Ibargüengoitia —que bien podría adscribirse al género de la crónica— es la anécdota. Se abre con una descripción jocosa del acto inaugural del simposio, que «como en todo buen congreso» (Ibargüengoitia, 1965, p. 24) es una cena, puesto que el convivio —como el hambre— se confirma como un sólido recurso narrativo para el autor.
El banquete se llevó a cabo en el Salón del Ángel del hotel María Isabel, en la Ciudad de México, y corrió por cuenta de uno de los anfitriones del evento: la Secretaría de Relaciones Exteriores. La formalidad de una cena de esas características se convirtió repentinamente en puro desorden que, en el salón «de proporciones babilónicas», según Ibargüengoitia (1965, p. 24), estalló a causa de los asientos en las mesas, asignados de forma arbitraria a algunos de los invitados. A Ibargüengoitia, según relata, le hubiera tocado estar entre la esposa del embajador de Yougourta y uno de sus peores enemigos. Todos los disconformes resultaron ser «compañeros de ascensor» mexicanos, que habían hecho su entrada en escena al salón «de pipa, guantes y anteojos, con sus invitaciones en la mano por si alguien les negaba la entrada». Así que decidieron hacer algo que, según él, podía haber hundido el simposio: intercambiar las propias tarjetas con las de otra mesa, «en donde todo era camaradería y sano esparcimiento» (Ibargüengoitia, 1965, p. 24).
Después del episodio de la cena, tiene lugar otro buen embrollo durante una excursión en Uxmal cuando los participantes se rebelan contra un guía «que era un yucateco despótico» (Ibargüengoitia, 1965, p. 25) y pretendía postergar la visita al Templo del Adivino. Subir y bajar los empinados escalones del templo maya, según lo describe Ibargüengoitia, es una experiencia colectiva que supera la del simposio: «Para fomentar la amistad entre los pueblos y las personas no hay como hacerlos compartir el pánico. Cuando volvimos, lívidos y con dolor en las articulaciones, éramos grandes amigos» (Ibargüengoitia, 1965, p. 25).
El principio del simposio no fue tan sencillo, porque, según Ibargüengoitia, uno de los principios de la IAFA, a saber, la amistad entre los pueblos, «no se logra no más con decir: "aquí estamos juntos, dense la mano"» (Ibargüengoitia, 1965, p. 25). Así y todo, según la narración del «enviado especial» Ibargüengoitia, en Chichén Itzá, el principio de la amistad entre los participantes se dio más bien «en una reunión en la cantina» del hotel Mayaland, donde se hospedaban, y el «primer acto de verdadera camaradería» consistió en formar una cola para el baño en Uxmal (Ibargüengoitia, 1965, p. 25).
Tres días y el gran final
El simposio, que «consistió en realidad en una serie de reuniones y dispersiones» (Ibargüengoitia, 1965, p. 25), empezó el primer día con un panel sobre urbanismo, presidido por George Nelson. Para Ibargüengoitia fue una gran sorpresa, pues se esperaba «un silencio monolítico» por parte de los concurrentes, los cuales le habían asegurado los días anteriores que «en boca cerrada no entran moscas»18 (Ibargüengoitia, 1965, p. 25), por lo que no pensaban intervenir. Los otros temas desarrollados ese día eran: desarrollo económico, crecimiento demográfico y arquitectura. Aunque las afirmaciones y opiniones provocaron «una verdadera tormenta» (Ibargüengoitia, 1965, p. 25), no se llegó a ninguna conclusión: «Lo único que se decidió fue que Ramón Xirau y yo íbamos a escribir, en el futuro, críticas de los edificios que no nos gustaran» (Ibargüengoitia, 1965, p. 25).
El tema del segundo día era las elecciones en los EE. UU. y las relaciones interamericanas. Según Ibargüengoitia, en comparación con el primer día, fue un fracaso debido a que, a pesar de lo jugoso que parecía ser el tema, el panel resultó flojo (Ibargüengoitia, 1965, p. 25). En dicha «olla de grillos» —dice el autor, sin explicitar quién intervenía— se explicaron tesis aburridas y se hicieron afirmaciones rotundas sobre el apoyo a las oligarquías, la falta de conciencia política, etc. Lo mismo pasó en la tarde, cuando siguieron, según la agenda prevista, por lo que «cada uno quedó envuelto por el complejo de inferioridad dominante en su respectivo país, y unos se sintieron estafados, otros explotados, otros incomprendidos, otros pobres, etc.» (Ibargüengoitia, 1965, p. 26). La sesión se acabó tras dos horas de «frustración abominable» cuando los participantes se fueron «a refunfuñar al bar del hotel» (Ibargüengoitia, 1965, p. 26).
El tercer día no hubo panel, sino dos sesiones de mesas redondas. Ibargüengoitia estuvo en la de cine, teatro y televisión y, según él, resultaron ser las sesiones más fructíferas: «No hay como hablar de lo que uno sabe con gente que también sabe» (Ibargüengoitia, 1965, p. 26). Sin embargo, la mesa, según Ibargüengoitia, no llegó a ninguna conclusión notable, y los participantes insistieron en que se llevasen a cabo las recomendaciones hechas en el simposio celebrado el año anterior en Puerto Rico: que se hiciera «una selección de 10 de las mejores piezas latinoamericanas y se traduzcan al inglés, y que se establezca un intercambio, auspiciado por la Fundación, de gente de teatro, entre los países de América» (Ibargüengoitia, 1965, p. 26).
El final del simposio fue, en opinión de Ibargüengoitia, algo muy parecido a una opereta: todo el mundo se reunió en el salón para que cada mesa redonda diera lectura de los resultados. Desafortunadamente, según relata, fue un norteamericano quien se puso a leer el informe en el cual se lanzaba la acusación de que «el intelectual latinoamericano no había hecho frente a sus responsabilidades sociales» (Ibargüengoitia, 1965, p. 26). Después de armarse un buen escándalo, los latinoamericanos finalmente dejaron de protestar, aceptaron las culpas y faltó poco para que se cantara el coro de la Novena de Beethoven, «que era lo único que hubiera expresado nuestra amistad sin límites. Pero la cena estaba servida y preferimos pasar al comedor» (Ibargüengoitia, 1965, p. 26).
Un conjunto realmente notable
No obstante su pasión por la onomástica, Ibargüengoitia en Life hizo un reporte puntual, pero sin dar los nombres de los protagonistas de las anécdotas, limitándose, por lo general, a citar la nacionalidad o la profesión: «... un corresponsal latinoamericano de uno de los periódicos más prestigiosos y más poderosos del mundo [...], con acento argentino, que ha vivido muchos años en Brasil, aunque en realidad es polaco y vive en Washington» (Ibargüengoitia, 1965, p. 24). Si cita algún nombre —y son realmente pocos con respecto al número de los participantes— lo hace más bien para expresar una innegable admiración —«era un conjunto realmente notable, presidido por George Nelson, y del que formaban parte, entre otros, el famoso arquitecto I. M. Pei, Oscar Lewis y Martin Meyerson»— o en broma, como en la ya mencionada anécdota con Ramón Xirau.
Un mismo acontecimiento, en todo caso, en cuanto se refiere a aportar nombres concretos, no recibe el mismo tratamiento según cuál sea la versión de la historia o de si se trata de crónica o de cuento. Al describir la escandalera que se formó el último día del simposio —con respecto al papel social desempeñado por el intelectual latinoamericano y los mártires—, en Life no aportó nombres, mientras que en el relato «Los compañeros de viaje», publicado en la revista Comunidad, sí indicó que quienes tomaron la palabra fueron Emir Rodríguez Monegal y Jack Thompson (Ibargüengoitia, 1975, p.110). Quizás esto se pudo deber también a que «las intervenciones eran orales y no se guardaba ningún registro de ellas; sí se podían llevar al papel posteriormente, pero a condición de no referirse a las palabras de otro» (Alburquerque, 2011, p. 143).
Otros participantes en el simposio
Otro testimonio, quizás el más conocido, sobre el simposio que se desarrolló en Chichén Itzá se encuentra en Historia personal del boom, de José Donoso, el cual había sido invitado por intercesión de Carlos Fuentes (Donoso, 1987, p. 80). En un artículo de 6 de julio de 1973, «A propósito de boom: recuerdos mitológicos», también Ibargüengoitia recuerda su participación: «Cuando [Donoso] vino al Simposio de Chichén Itzá en 1964 —no en 65, como él dice— ya era gloria chilena, pero tenía seis años de no escribir un libro» (Ibargüengoitia, 1997, p. 79).
Otro participante en el simposio fue Juan José Gurrola, que escribió un artículo el 11 de octubre de 2000 titulado «Life según Ibargüengoitia», en el cual comentaba la crónica de Ibargüengoitia. Gurrola, «como colofón, en homenaje sin compromiso a Jorge», refería un chiste sobre «el inconmensurable Juan Rulfo» en Chichén Itzá (Gurrola, 2000, p. 49) y subrayaba, a propósito de la «camaradería intelectual», que supieron después que fue muy provechosa., «pero para la CIA» (Gurrola, 2000, p. 49).
Hay una misma anécdota que cuentan los tres — Ibargüengoitia, Donoso y Gurrola— sobre lo que pasó durante el transporte en avión de los participantes desde Ciudad de México a Mérida y que, como escribe Gurrola, «sucedió, desgraciadamente, años más tarde» (Gurrola, 2000, p. 49). Ibargüengoitia la cuenta así en Life:
Al subir nos mirábamos las caras unos a otros, sonriendo amablemente, pero sin reconocernos y pensando que, en caso de un accidente, los periódicos sacarían, a ocho columnas, un titular que dijera: la cultura de américa decapitada, para beneplácito de la generación más joven y del público en general. (Ibargüengoitia, 1965, p. 25)
En «Los compañeros de viaje» publicado en Comunidad en 1967, se refiere al DC4 mientras «recorría trabajosamente los aires» (Ibargüengoitia, 1975, p.106), pero en el texto mecanografiado y conservado en Princeton cuenta la misma anécdota desde otra perspectiva:
— Persígnate —me ordenó Gurrola cuando arrancó el avión. Yo me negué a hacerlo.
— Nos vamos a dar en la madre nomás por tu culpa —me dijo, y se fue a sentar en otro lado.
Cuando pasamos por el Pico de Orizaba, el avión hizo cabriolas para que Rodman Rockefeller fotografiara el interior del cráter.
—¡Nos están poniendo en peligro! —gritó Cuevas, que andaba por el pasillo haciendo ejercicios con una mancuerna19.
La versión de Donoso confirma que el punto más crítico fue el Pico de Orizaba y que «furioso, José Luis Cuevas alegaba que él no estaba dispuesto a morir en un accidente tan estúpido como éste, porque los diarios sólo dirían en sus titulares: «Trágico accidente aéreo en que perecen numerosos intelectuales ilustres», y a continuación una lista en la que figuraría, entre muchos, su nombre» (Donoso, 1987, p. 81).
En su libro, Donoso considera el simposio de Chichén Itzá una «fachada en que, de hecho, no sucedió nada» aunque, según añade, «sucedió mucho detrás de ella» (Donoso, 1987, p. 82). Quizás por esta razón, se acuerda «de las personas, de las anécdotas, del esplendor de las ruinas y de la selva pero absolutamente nada de las sesiones de trabajo» (Donoso, 1987, p. 82) y retrata frívolos y juguetones a los participantes mientras «un grupo armaba un alboroto tremendo en el corredor del hotel jugando trivia» (Donoso, 1987, p. 82).
En su Historia personal del boom, cita una sola vez a Ibargüengoitia. Ese «deslumbrante carnaval mexicano», según la narración del autor chileno, culminó en una fiesta que los mexicanos ofrecieron a los extranjeros en casa de Carlos Fuentes y Rita Macedo (Donoso, 1987, p. 84). Esa casa era uno de los lugares donde, en la época, desfilaba «toda la picaresca literario-plástica-cinematográfica-teatral-social de México, además de internacional» (Donoso, 1987, pp. 86-87). Por ahí, recuerda Donoso, andaba también Jorge Ibargüengoitia. Según su relato, él y Augusto Monterroso «hacían chistes irreverentes acerca de la pesada carga épica de la historia y de la literatura latinoamericana» (Donoso, 1987, p. 87).
Ibargüengoitia no se queda indiferente ante la referencia de Donoso y retoma la cita de forma polémica para concluir su crónica «A propósito de boom: recuerdos mitológicos» de esta forma:
Pepe Donoso me hace el favor de incluirme en la lista de los integrantes del «Grueso del boom», entre Augusto Monterroso y «otros que se le escapan», Si «boom» quiere decir 'auge', no me siento en auge; si es mafia, no pertenezco a ella, y si es una explosión, no sé a qué se refiere. (Ibargüengoitia, 1997, p. 80)
El autor guanajuatense, en la mencionada crónica, contesta en parte la idea de Donoso, según la cual cierta unidad del boom se debía a la fe en la causa de la Revolución cubana. Para Ibargüengoitia, dicho proceso revolucionario sí fue una de sus causas,
pero no por la fe que haya inspirado en los escritores, sino porque es el único acontecimiento latinoamericano del siglo que ha tenido resonancia internacional permanente [...], provocó admiración, resentimiento, ira, risa, preocupación. En resumidas cuentas, un aumento del interés por las cosas no sólo cubanas, sino latinoamericanas en general. (Ibargüengoitia, 1997, p. 79)
A Donoso lo rescatamos también porque Ibargüengoitia lo cita, argumentando las mismas razones, cuando en la entrevista en El País de 1981 explica la ruptura de la relación con Cuba:
En su Historia personal del boom, dice que el nexo entre los escritores del llamado boom de la literatura latinoamericana era la esperanza en la Revolución cubana. A mí me parece una estupidez, porque esa esperanza les hizo a todos irse a París, o venirse a Barcelona, en vez de a La Habana... Dice también que el boom terminó con el «caso Padilla», que los llenó de desesperanza. Yo nunca tuve tantas esperanzas, así que tampoco tuve desengaño. (Pereda, 1981, p. 5)
La correspondencia
Los americanos que faltaron en el simposio fueron —sobra decirlo— los cubanos, pero entre los participantes hubo quien reclamó esa ausencia.
Unas semanas después de la publicación del artículo en Life, Ibargüengoitia, quien a raíz de los premios recibidos mantuvo correspondencia con Casa de las Américas, envía una carta [6-II-65] en la cual informa de que ha terminado de escribir el texto sobre Cuba «que dije iba a hacer» [6-II-65] y se dirige a Marcia Leiseca, secretaria de Casa de las Américas, para contarle de un simposio «muy divertido» [6-II-65] en el cual participó entre los «20 gringos y 40 latinoamericanos» invitados [6-II-65]. Leiseca se distinguirá a lo largo de la correspondencia entre Ibargüengoitia y Casa de las Américas como interlocutora predilecta por el autor.
La correspondencia completa la información alrededor de aquel Tercer Simposio Interamericano desarrollado en Yucatán. Entre los integrantes cita a Nicanor Parra, a Salazar Bondy y también a Carlos Fuentes, quien sostuvo «que aquello no era interamericano ni maldita la cosa, porque faltaba un país que había creado un nuevo urbanismo, una nueva pintura, una nueva literatura, etc., etc., que no había sido invitado. ¡Cuba!» [6-II-65]. Aunque el mismo Ibargüengoitia había sugerido a los organizadores unos nombres de artistas para que los invitaran en la siguiente edición, como escribe a Leiseca, había dos problemas: el primero era si los cubanos querrían ir o no, porque «Symposium en el Webster es un Drinking party y eso es lo que es» [6-II-65], y el segundo era que consideraba que «asistir a una de estas cosas» [6-II-65] esponsorizadas por Rockefeller podía causar en Cuba «grave desprestigio [.]. Porque de ser así —concluye Ibargüengoitia—, más vale que no les inviten, porque no vale la pena» [6-II-65].
Al tono paternalista de la frase con la que termina la carta, Marcia Leiseca replica con una respuesta seca, asegurando que van a todas partes donde los invitan: «Tenemos una dignidad especial que no consiste en nuestros acompañantes, ni en el lugar de donde vayamos, sino en nuestra posición y en lo que decimos y en lo que estamos haciendo» [5-III-65]. Considero que este es el momento en el que empieza a resquebrajarse la relación entre el autor y la institución representada por Leiseca. Ibargüengoitia no deja pasar demasiado tiempo antes de retomar la palabra «un poco molesto, pero con el cariño de siempre» [13-III-65] y, sin tergiversar, vuelve a referirse al simposio:
Querida Marcia, no adoptes esa actitud de «nosotros tenemos una dignidad especial que no consiste en nuestros acompañantes», porque yo también la tengo, pero no puedo mencionarla sin sentirme la Reina Victoria en la casa de putas, que es un personaje detestable. [13-III-65]
Ibargüengoitia termina invocando a Marcia y apelando a la paciencia, porque «todavía hay cosas que tenemos que hacer juntos» [13-III-65].
En medio de un reparto a partes iguales de malentendidos y de asertividades, a partir de 1965 el tono de la correspondencia se encrespa más por ambas orillas. La comunicación empieza, de alguna forma, a deteriorarse, lo que conducirá al agotamiento, sin perder nunca la franqueza: «No entendiste ni jota del asunto del simposio», le escribe Marcia Leiseca a Ibargüengoitia. Y prosigue: «Quizás la frase fue demasiado grandilocuente y tú detestas ese estilo, creo que esa dignidad existe, y no todos los acompañantes son indignos, muchos nos merecen amistad y confianza» [9-IV-65]. Leiseca —que mientras tanto recibe, aunque no lo cite en la carta, el manuscrito de «Revolución en el jardín»— esboza una promesa alentadora: «En los próximos días te escribiré más ampliamente sobre algunas cosas que me gustaría comentar contigo y tener tu opinión. Espera ansioso esta carta y recibe el cariño invariable de todos aquí» [9-IV-65]. La carta prometida tardaría más de un año, y evidenciaría una relación deteriorada tras los últimos acontecimientos.
Notas
1 El sumario indica un artículo con el título y el subtítulo siguientes: «Gran conclave de creadores: la Fundación Interamericana para las Artes realiza en México una reunión de destacados intelectuales y artistas de las Américas. Con un artículo de Jorge Ibargüengoitia».
2 Tras la primera edición en español, en la revista Il Caffè apareció, en 1970, «Rivoluzione nel giardino», traducción al italiano de Lucrezia Cipriani Panunzio de la primera versión, por intercesión del director de la revista, Giambattista Vicari, de Gabriel Zaid.
3 El relato «Conversaciones con Bloomsbury», antes de incluirse en la colección La ley de Herodes y otros cuentos, fue publicado en 1966 en la revista Diálogos. Abordó el tema de la relación entre Jorge Ibargüengoitia y Keith Botsford en: Secci, M. C. (2023).
4 «... un graduado del CME y, a principios de los años 60, un dramaturgo en apuros» (todas las traducciones del inglés son mías).
5 International Association for Cultural Freedom. Records [Series IV: Financial Files, 1951+1968, Box 508 Folder 9, Ibargüengoitia, Jorge (Mexico), 1964], Hanna Holborn Gray Special Collections Research Center, University of Chicago Library.
6 Un agradecimiento a Jordan Wright, The Hanna Holborn Gray Special Collections Research Center, University of Chicago.
7 Jorge Ibargüengoitia Papers, C1334, Manuscripts Division, Department of Special Collections, Princeton University Library.
8 International Association for Cultural Freedom. Records [box 172, folder 3, Series II, sub-series I, sub-sub-series 9], Hanna Holborn Gray Special Collections Research Center, University of Chicago Library.
9 Considero poco fiable la tesis sostenida por Alejandro Jodorowsky: «En 1983, en España, al despegar el avión que iba a llevarla [a Bernadette Landru] a un congreso revolucionario en Colombia, junto con destacados intelectuales marxistas, Jorge Ibargüengoitia, Manuel Scorza y otros, estalló. Aún hoy creo que no fue un accidente, sino un crimen de la CIA» (Jodorowsky, 2005, p. 227).
10 «...concebida a la vez como extensión y emblema de la democracia».
11 «...sometimiento [del] arte a los lúgubres dictados de una ideología política totalitaria».
12 «...en el potencial valor de uso político de los intelectuales latinoamericanos y la literatura que creaban».
13 «...creando un espacio para autores asociados a la creciente ola marxista en América Latina y, por extensión, para la expresión y difusión en sus obras de la ideología que el Estado intentaba erradicar».
14 «Una subvención diferente». International Association for Cultural Freedom. Records [box 172, folder 3, Series II, sub-series I, sub-sub-series 9], Hanna Holborn Gray Special Collections Research Center, University of Chicago Library
15 «Le describiré mi libro para impresionarla: la primera parte es una descripción muy personal de mi viaje a Cuba en marzo, no, en febrero, como invitado del Gobierno, como ganador de un concurso, y como exjurado del mismo concurso».
16 «...lo terminaré en 1984, porque prefiero enseñar a morirme de hambre». «Necesito dinero para eso [...] ¿Me puede ayudar?».
17 Los títulos de las fotos indican: «En una mesa redonda sobre el teatro, en la Universidad Nacional de México, aparecen desde la izquierda: Rober Rossen (EE.UU.), escuchando a un intérprete, Juan José Gurrola (México), Juan J. García Ponce (México), otra intérprete, Martim Gonçalves (Brasil) y Glauber Rocha (Brasil)»; «El novelista José Donoso y el poeta Nicanor Parra, ambos de Chile, aparecen en una reunión de escritores»; «El arquitecto colombiano Carlos Dupuy (con auriculares) escucha al brasileño Roberto Burle-Marx»; «Marta Traba (Colombia) charla con Fernando García Ponce y Juan José Gurrola (México) en otra exposición de artistas latinoamericanos»; «El arquitecto mexicano Eduardo Terrazas (derecha) charla con el filántropo norteamericano J. Fleischmann»; «El novelista Ibargüengoitia (segundo de la derecha) aparece con algunos amigos en una de las exposiciones»; «En Chichén-Itzá, los delegados continuaron el diálogo hasta mientras se refrescaban en la piscina del hotel»; «En un visita a las ruinas de Uxmal, en Yucatán, los delegados subieron por una empinada pirámide Maya»; «Intrigado, este camarero contempla un retrato del director de cine Torre Nilsson, por el uruguayo H. Sabat».
18 Es una expresión que vuelve a utilizar en una de las cartas con Marcia Leiseca a propósito de «Revolución en el jardín»: «Te envío el texto sobre Cuba (que aquí nadie va a publicar porque están vendiéndole libros a Cuba y nadie quiere quedar mal con ustedes o han descubierto que en boca cerrada no entran moscas)». Expediente personal 162, Ibargüengoitia, Jorge, Archivo Casa de las Américas (autorización del 13 de octubre 2023. Indico a partir de aquí en adelante la fecha de todas las cartas citadas entre corchetes). [13-III-65].
19 Jorge Ibargüengoitia Papers, C1334, Manuscripts Division, Department of Special Collections, Princeton University Library.
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