MERCEDES BALLESTEROS GAIBROIS Y SUS PROSAS BREVES:
ASÍ ES LA VIDA (1953), ESTE MUNDO (1955), EL PERSONAL (1975) Y PASARON POR AQUÍ (1985)

MERCEDES BALLESTEROS GAIBROIS AND HER SHORT PROSE:
ASÍ ES LA VIDA (1953), ESTE MUNDO (1955), EL PERSONAL (1975) AND PASARON POR AQUÍ(1985)


ESTUDIOS IBÉRICOS


María José Flores Requejo

Università degli Studi dett'Aquila mariajosefa.flores@univaq.it

Referencia: Flores Requejo, M. J. (2024). Mercedes Ballesteros Gaibrois y sus prosas breves: Así es la vida (1953), Este mundo (1955), El personal (1975) y Pasaron por aquí (1985). Cultura Latinoamericana, 40(2), 166-185. http://dx.doi.org/10.14718/CulturaLatinoam.2024.40.2.7


Fecha de recepción: 15 de octubre de 2024
Fecha de aceptación: 30 de enero de 2025.


Resumen

En este artículo se presentan y analizan las prosas breves de la escritora madrileña Mercedes Ballesteros Gaibrois (1913-1995) recogidas en volúmenes misceláneos: Así es la vida (1953), Este mundo (1955), El personal (1975) y Pasaron por aquí (1985). El objetivo es contribuir al conocimiento de la obra de una valiosa autora todavía no suficientemente estudiada, en especial en lo que se refiere a su vertiente narrativa. Los cuatro volúmenes en examen abarcan un dilatado periodo temporal, de más de treinta años, que nos permitirá analizar sus constantes y cambios, desde su inicial vertiente humorística, con la que se dio a conocer en la revista La Codorniz, hasta sus bellas prosas de madurez.

Palabras clave: Mercedes Ballesteros Gaibrois; prosas breves; literatura femenina española; humor; posguerra


Abstract

This article presents and analyzes the short prose works of Madrid-born writer Mercedes Ballesteros Gaibrois (1913-1995), compiled in the miscellaneous volumes: Así es la vida (1953), Este mundo (1955), El personal (1975), and Pasaron por aquí (1985). The aim is to contribute to a deeper understanding of the work of this valuable yet understudied author, especially regarding her narrative production. The four volumes under review cover a broad time span of more than thirty years, allowing for an analysis of both constants and changes in her writing, from her initial humorous style, with which she gained recognition in the magazine La Codorniz, to the refined prose of her maturity.

Keywords: Mercedes Ballesteros Gaibrois; short prose; Spanish women's literature; humor; postwar period.


Introducción

Mercedes Ballesteros Gaibrois (Madrid, 1913-1995) es autora de una amplia, valiosa y variada producción literaria que, como la de otras escritoras de su época (Montejo Gurruchaga, 2022, p. 153), merecería mayor interés crítico del que ha recibido, especialmente por lo que se refiere a su narrativa1; un amplio corpus (en cuya descripción bibliográfica no es inusual encontrar inexactitudes y errores2), que abarca todos los géneros: Mercedes Ballesteros cultivó el teatro, la poesía, la novela, las prosas breves y el cuento, además del artículo humorístico, al que debe, inicialmente, su fama, gracias, sobre todo, a sus colaboraciones en la célebre y longeva revista de humor La Codorniz (1941-1978), "la revista más audaz para el lector más inteligente", según reza su conocido lema. Un semanario en el que Mercedes Ballesteros empezará a publicar solo —y conviene puntualizarlo, porque las informaciones al respecto son a veces bastante imprecisas— cuando su dirección pase de manos de su fundador, Miguel Mihura, a Álvaro de Laiglesia, lo que supuso una transformación del semanario no solamente "formal", sino, en buena medida, también sustancial, puesto que afectó, entre otras cosas, al plantel de sus colaboradores, al que se añaden nuevas firmas, entre las que "hay que recordar a Palomino, Oscar Pin y a la Baronesa Alberta" (Prieto y Moreiro, 2000, pp. 22-23)3.

Y precisamente la última de las firmas citadas, Baronesa Alberta, es el seudónimo con el que Mercedes Ballesteros rubricará sus contribuciones en La Codorniz, siguiendo la tónica de la revista, en la que eran muy usuales los seudónimos —amén de que muchos textos se publicaban sin firma—, con los que no se pretendía en ningún caso esconder "la personalidad del periodista (la censura nunca lo hubiera consentido)", sino "desdoblarla o quintuplicarla, si era preciso, para ofrecer una multiplicidad de registros según fueran los temas o las perspectivas desde las que se quisieran abordar" (Prieto y Moreiro, 2000, p. 20), y, de paso, para dar la sensación a los lectores de que eran muchos más los redactores de los que en realidad formaban el plantel de la revista (De Laiglesia, 1981, p. 129) .

En el caso de Mercedes, que desembarca en La Codorniz para dar réplica a los textos que firman Mihura o De Laiglesia como 'El Conde de Pepe', según afirman Aguilar y Cabrerizo (2019, p. 41), parece ser que se trató de una elección más bien obligada, y sobre la que comentan los citados autores:

Tres nombres femeninos destacan en el ámbito esencialmente masculino de La Codorniz. Remedios Oraz es la chica, a ratos tímida a ratos pizpireta, que desmenuza la vida cotidiana en el Paraíso desde el punto de vista de Eva; Conchita Montes es la mujer profesional, cultivada, inteligente y divertida. Queda un palo por tocar, y para eso la dirección necesita una dama sofisticada, capaz de dialogar de vuestra excelencia a vuestra excelencia con El Conde de Pepe, seudónimo con el que Mihura se hace responsable del excéntrico consultorio del semanario desde marzo de 1943. La encargada será la Baronesa Alberta. Ella se extraña porque nunca ha escrito nada de humor, pero Miguel hacía sus propuestas como quien da órdenes y no había más remedio que obedecerle. (p. 41)

Y si bien los diálogos entre estos dos singulares miembros de la nobleza revisteril no fructificaron, la dama, Baronesa Alberta (no "la baronesa Alberta", como algunos erróneamente escriben), que debuta en febrero de 1945 con una sección titulada "Consejos a los mocitos" (Aguilar y Cabrerizo, 2019, p. 210)4, llegó para quedarse, como ella misma indica en respuesta a una pregunta de Carmen Vázquez-Vigo:

A la pregunta: "Le pido a Mercedes que me explique cómo comenzó su colaboración en La Codorniz", responde Mercedes: Mihura me sugirió que creara un tipo femenino que acompañara al 'Conde Pepe', un personaje que figuraba entonces en la revista. Así nació la 'Baronesa Alberta', que luego no tuvo nada que ver con el pobre conde, y que sigue, hasta hoy, haciendo sus comentarios sobre las cosas de la vida. (Blanco y Negro, 4-6-1960, p. 93)

Es más, Baronesa Alberta fue creciendo a medida que se sucedían los números de la revista, porque era mucho más que un seudónimo: al darle nombre, Mercedes Ballesteros crea un personaje, un alter ego de tal fuerza y personalidad que a veces parece incluso suplantarla, y que nada tiene que ver con esos meros sobrenombres de "circunstancia" ligados a su producción en La novela ideal, aventura editorial puramente crematística en la que se embarca con su esposo, Claudio de la Torre, y su cuñada, Josefina de la Torre, en los difíciles años de la Guerra Civil (Coello Hernández et al., 2024, p. 171; Reverón Alfonso, 2007, pp. 215-220), y me refiero a "Rocq Morris", "autor" de sus historias policiacas (García Aguilar, 2019), y la más "femenina " y rosa "Sylvia Visconti". Prueba de ello es que con el seudónimo Baronesa Alberta Mercedes no firma solo los textos de La Codorniz, recogidos de manera parcial en dos misceláneas, que son las que aquí interesan, Así es la vida y Este mundo, sino también la novela corta El perro del extraño rabo5.

Así es la vida (1953), Este mundo (1955) y Elpersonal (1975)

Como ya hemos dicho, con el seudónimo Baronesa Alberta firma su autora dos misceláneas en las que recoge un amplia selección de textos codornicianos, buena muestra de las dotes de observación y de la capacidad —de la inteligente capacidad— de Mercedes Ballesteros para sacarle punta a cualquier cosa y a todo: Así es la vida (1953) y Este mundo (1955), dos títulos muy ilustrativos del contenido de los volúmenes, y que reflejan bien la voluntad de su autora de poner su atención, y la de sus lectores, en lo que somos, en esas pequeñas y grandes cosas de las que estamos hechos, y que constituyen nuestra realidad y nuestro mundo.

Así es la vida se publica en 1953, concretamente en enero, en la colección de humor, con modernísimas portadas, "Al Monigote de Papel", que supuso "un ímprobo esfuerzo" por parte de Janés, "en pro de la edición de novela de humor en castellano"; y no solo de la novela, porque en esta colección publica Neville la primera edición de La familia Mínguez, de sus series de La Codorniz dedicadas al niño Luisito Rodríguez y a doña Encarnación y doña Purificación (Aguilar y Cabrerizo, 2019, pp. 416-417), y, del mismo modo, Baronesa Alberta, Así es la vida, como estamos viendo.

La obra, compuesta por un total de ochenta y siete prosas, está divida en cinco secciones6, cada una de ellas precedida por unas líneas introductoras, y si bien dos de las secciones, la II y la IV, poseen unidad temática (la II está dedicada a los médicos7 y la IV al amor8), las tres restantes abarcan asuntos y reflexiones de muy distinta índole, como los propios editores tienen a bien subrayar en la solapa, en la que, además de declarar que como "era ya notorio", "la persona que se parapeta tras el nombre de Baronesa Alberta, es una de las columnas más firmes que sostienen el edificio, excepcionalmente venerable, de La Codorniz", se destaca el carácter "filosófico" —se trata de una filosofía de las pequeñas cosas—, de una pensadora, Baronesa Alberta, que nació siéndolo, porque la filósofa, "como dijo otro filósofo, no se hace, sino que se nace", y dotada, por haber nacido con faldas —estamos en el terreno del guiño al lector, y, sobre todo, a las lectoras—, de una particular perspicacia, la intuición femenina, en grado de "manufacturar la clase de filosofía que los demás puedan entender" (algo a lo que "no todos los filósofos aciertan siempre"), y dispuesta a afrontar temas "que pocos filósofos, pertrechados con las barbas más sólidas, se atreven a abordar". Verbigracia: la compra de regalos, la reparación de grifos, los deseos llamados tranvías, los viajes en segunda, el servicio doméstico, el arte de ser antipático, las conferencias telefónicas, la caza, los rotos y las costuras, las felicitaciones, los alquileres, las modas femeninas, los disfraces, la maternidad, la quiromancia, los reveillons de fin de año, las verbenas nocturnas, los médicos, la medicina interna, el psicoanálisis, el arte de conversar en el vagón restaurante, las traducciones del francés, las mujeres y sus vidas, las vacaciones, la amistad entre mujeres, el tecnicolor y otros innumerables temas.

Estos son, en efecto, algunos de los temas tratados, y que no dejan de ser, en el fondo, un reflejo de las pequeñas circunstancias que nos rodean y en las que nos desenvolvemos, como indica Ballesteros en la prosa que precede a la primera sección de la obra, de carácter general, pues aunque "hay quien dice, para darse importancia, que le arrastran sus pasiones o su sino adverso", en opinión de Mercedes, "la verdad es que a nuestra existencia la dominan pequeños soplos de brisa favorable, o diminutas piedras en las que tropezamos una y otra vez", y en Así es la vida se habla, justamente, "de esas brisas refrescantes y de esos obstáculos pequeños" (1953, p. 5).

Casi tres años después, en noviembre de 1955, firma Baronesa Alberta Este mundo, que aparece, con una preciosa portada en colores, en "El Club de la Sonrisa", de la editorial Taurus; una colección de humor ejemplar en cuanto a criterio de selección y coherencia de su catálogo —a juicio de Aguilar y Cabrerizo—, al que contribuirán autores pertenecientes a "las planas mayores de La Codorniz y Don José", que están deseando "dar el salto a la literatura con mayúsculas", si bien, en ocasiones, "más que un salto es simplemente un brinco, dado que los autores se dedican a reciclar materiales publicados con anterioridad en estos semanarios" (2019, p. 422), como ocurre, según estamos viendo, con Mercedes Ballesteros.

También en este caso la miscelánea lleva una introducción, y no deja de resultar curiosa esta "necesidad" de Mercedes de explicarse —incluso de justificarse—, de afirmar su presencia y conciencia literarias como escritora en estos "pórticos" a sus obras en apariencia más intranscendentes, tal vez por estar moviéndose en un terreno en el que las voces femeninas eran muy escasas —la suya es una presencia insólita en el panorama humorístico de la época, como ya apuntaba—, e imagino que no pocas veces, hostil; introducción en la que su autora nos advierte de que a pesar de ser muy distintos los personajes que atraviesan sus páginas, y a los que dedica la obra ("Este es un libro dedicado al prójimo", a "ese peatón que nos vamos cruzando a lo largo de la vida y que unas veces es tierno y jovial como un poeta, un quinto o una viejecita chiflada, y otras veces siniestro como el abominable hombre de las nieves"), a todos ellos les une un elemento común: el placer que produce asistir como espectadores a sus vidas: "da gusto verlos vivir", da "pura gloria mirarles cómo entran y salen, y suben y bajan, y van y vienen por este mundo de Dios". Seres insignificantes solo en apariencia, cuyas vicisitudes la escritora observa maravillada mientras se mueven por ese mundo —el nuestro, el de todos— que da título a la obra. Un aspecto este sobre el que volverá Ballesteros en otras ocasiones a lo largo de los años, desarrollándolo y ampliándolo, y que constituye, a mi parecer, una de las claves de su pensamiento y de su obra: la centralidad en ellos del vitalismo, y de la VIDA, con mayúsculas, pero en relación con la cotidianidad y las pequeñas cosas, así como la reflexión sobre la felicidad.

Respecto a la estructura interna de Este mundo, indica Ballesteros que "como no se trata de un libro de ideas abstractas, sino de personas vivas, va ordenado por estaciones. Se rige por el calendario —invierno, primavera, verano, otoño— igual que la vida de la gente", por lo que está dividido en cuatro partes: "Invierno" (26 textos), "Primavera" (33 textos), "Verano" (28 textos) y "Otoño" (30 textos).

Pero antes de pasar adelante, debo señalar dos cuestiones relacionadas con el empleo de los nombres de las estaciones como títulos en la obra de Ballesteros: la primera es que en 1959, en la colección "Libros de humor El Gorrión", se publicaron, firmados por "Mercedes Ballesteros (Baronesa Alberta)", dos volúmenes, Verano, e Invierno, que no son en absoluto obras nuevas, con contenidos originales —aunque a veces se presenten así en estudios y bibliografías (Falcón y Siurana, 1992; Pedraza Jiménez y Rodríguez Cáceres, 2000, p, 402; Soler Gallo, 2017, p. 13), e incluso en las solapas de las ediciones de las obras de nuestra autora (sobre todo, por lo que se refiere a Verano)—, ya que repiten y reproducen —sin variantes—, los textos recogidos en Este mundo: en Verano, los de "Verano" y "Otoño", aunque el título no lo refleje, y, del mismo modo, los de "Invierno" y "Primavera" en Invierno.

El segundo asunto al que aludía es que una idéntica división en estaciones la encontramos en otra obra de nuestra autora, publicada bastantes años después y firmada ya únicamente por Mercedes Ballesteros, sin referencia alguna a Baronesa Alberta, pero que podría haber subscrito de forma tranquila esta última, sea por los temas tratados, que por su tono; me refiero a El personal (1975), compuesta por 57 prosas (algunas fueron publicadas antes en ABC): "Invierno" (14 textos), "Primavera" (17 textos), "Verano" (11 textos) y "Otoño" (15 textos).

Sobre esta reiteración comenta Ballesteros, en su "acostumbrada" introducción, que no le ve mayor problema, pues también los años se repiten, y nadie se queja por ello, y si "a nadie se le ocurre quejarse de que los años vengan repe. ¿Por qué habrían de criticar el que uno, en su pequeñez, haga lo mismo?". A lo que añade, para explicar el título de la miscelánea —Mercedes adora la reflexiones lingüísticas y meta-lingüísticas, siempre en ella muy perspicaces—: "Hay una acepción de la palabra personal que no consta en el Diccionario de la Real Academia Española9 y que, sin embargo, anda en uso entre la clase popular, cuyo lenguaje es siempre más expresivo que el de los cultiparlistas"; una acepción según la cual quien emplea el sustantivo "el personal" se refiere con él a "la gente, toda la gente, sin distinción de clases, de edades ni de sexo. Ahí cabe el lugareño y el perilustre, el zafio y el personudo". De todos ellos "trata este libro: niños y ancianos, ricos y pobres, tristes y gozosos. Nosotros, en fin, los que vamos y venimos por el mundo haciendo bulto. Usted y yo, sin ir más lejos" (1975, p. 7).

Quedan así explicados el título (un título abarcador, y que apunta a un amplio número de seres y situaciones como motivo de inspiración, pero también de posibles lectores) y el sentido de la obra y de la singular mirada de su autora; una mirada siempre curiosa y amable, que subyace en el amplio y variopinto corpus al que he hecho referencia (261 prosas), cuyo análisis detallado resulta imposible aquí por motivos de espacio (será objeto de otro estudio), y que nos ofrece un magnífico testimonio de una sociedad, sobre todo, urbana y burguesa —clase de la que ella proviene, así como muchos de sus lectores— que ya a principios de los años cincuenta del siglo XX está sufriendo un evidente proceso de cambios, ligado en buena medida al "desarrollismo", pero que aún sigue anclada al pasado; una compleja realidad social en la que conviven realidades muy diferentes, que van de las conferencias telefónicas, en las que había que esperar horas para que te dieran la línea ("Aviso de conferencia", 1953, pp. 31-35; "Conferencia telefónica y Pepe", 1975, pp. 143-147), y esos interminables viajes en trenes de segunda ("Viaje en segunda", 1953, pp. 23-25), a la aventura de comprarse un pisito, que acaba siendo un fraude ("Se venden pisitos", 1953, pp. 46-49), o una casita en el campo, fuera de la capital, y que acaba convirtiéndose en un engorro ("Una casita al lado de Madrid", 1955, pp. 48-50), así como los cambios en los gustos decorativos ("No viva usted en casa de su abuela", 1953, pp. 44-46) o en la economía ("Economía moderna", 1953, pp. 71-73), o la moda de los partys ("Quiromante party", 1953, pp. 62-64; "Cocktail Party", 1953, pp. 119-120); sin que pueda olvidarse la presencia de personajes como las criadas o asistentas, a las que Mercedes dedica bastantes textos, de alto voltaje humorístico, y, en cierta medida, costumbrista.

Por otra parte, Este mundo y El personal, al estar ligados a las estaciones, tienen algunos temas comunes muy puntuales, como las festividades navideñas, por lo que se refiere al invierno (en textos como "Fiestas", 1955, pp. 30-31; "Cestas de Navidad", 1955, pp. 57-58; "Nochevieja", 1955, pp. 63-66; "Felicitaciones", 1975, pp. 17-18; "Fin de año en el Pacífico", 1975, pp. 33-36), y el veraneo y sus incumbencias, por lo que se refiere al verano, desde la obligación de despedirse de amigos y allegados y dejar la casa recogida y los muebles a salvo del polvo ("Despedirse", 1955, pp. 147-148; "Partida", 1955, pp. 179-181; "Salida de veraneo", 1955, pp. 196-199), hasta el no siempre fácil regreso ("Regreso de veraneo", 1975, pp. 139-141); sin que falten ejemplos de estos mismos asuntos en Así es la vida ("El felicitante desconocido", 1953, pp. 42-44; "Otro fin de año", 1953, pp. 65-67; "Naftalina", 1953, pp. 60-62).

Realidades muy distintas, como estamos viendo en este brevísimo repaso, pero dominadas todas por un factor sobre el que Ballesteros vuelve en numerosas ocasiones; me refiero a la gran transformadora, a la prisa, y asimismo interesantes para nuestra autora, que las contempla benévola, y desde una perspectiva siempre humorística —en ocasiones, brillantemente humorística (tratándose de un corpus tan amplio, son inevitables algunas diferencias de calidad y de interés)—, y aunque su obra literaria, tan rica en registros, y tan variada, va mucho más allá del humorismo, esta faceta (que podemos imaginar, por otra parte, que supuso para ella un continuo reto y un enriquecedor aprendizaje narrativos) no es a mi parecer en absoluto desdeñable, ni menoscaba en ningún caso al resto de su obra, ni su imagen como escritora; más bien al contrario: el humorismo es una muestra más de su inteligencia y de su talento; un humorismo muy personal, muy sui generis. En este sentido, debe señalarse que aunque no faltan ejemplos aislados en el corpus de Mercedes de un humor absurdo, de inspiración ramoniana, el propio de los inicios de La Codorniz, en los que, como ya dije, Mercedes todavía no formaba parte de su redacción, la casi totalidad de sus prosas son un buen reflejo de la nueva perspectiva humorística de la revista promovida por su segundo director, Álvaro de Laiglesia (González-Grano de Oro, 2004, pp. 397-398), y que dio lugar a una conocida polémica entre este y Miguel Mihura, que fue quien le dio inicio (González-Grano de Oro, 2004, pp. 409-417; Llera Ruiz, 2003, pp. 39-47 y 117-124; Prieto y Moreiro, 2000, pp. 23-24), y en la que en el fondo lo que se debatía eran la posibilidad de vigencia, y los límites, incluso crematísticos, de un humor poético e irreal, el de Mihura y sus seguidores, en una sociedad que reclamaba un humorismo más ligado a la realidad, a lo cotidiano incluso, y más vinculado a las complejas instancias y a la difícil situación de la época. Al respecto, ha comentado De Laiglesia (1981) años después:

Los lectores pensaban que polemizábamos en serio, cuando la verdad es que tanto Mihura como yo nos habíamos reído muchísimo escribiendo nuestras cartas respectivas. Pero algo había de cierto en el fondo de esta broma: la fórmula del humor poético e irreal estaba ya agotada y no era periodísticamente rentable. Tuve por tanto que revitalizarla con inyecciones de humor más real y vinculado con los temas y vinculados con los temas del mundo en el que todos vivíamos. (p. 174)

Se trata de una escisión evidente entre dos formas de entender el humor y sus lazos con la sociedad y con la vida (aunque a veces la crítica tienda a hacer un totum revolutum)10, que no se limita necesariamente a la revista en examen, y que podría ponerse en relación con el cambio de rumbo estético señalado por Eugenio G. de Nora hacia 1930, y que "es ya general y completo al acabar la guerra española"; un cambio que afecta al "grupo de humoristas que surgieron entre 1920 y 1930 aproximadamente, más o menos en la estela de Gómez de la Serna", y consistente, "para los narradores de humor como para los otros novelistas, en un resurgimiento del realismo" (1988, p. 244).

Por otra parte, y "coincidiendo este cambio, como evidentemente ocurre, con posiciones de fondo esencialmente conservadoras" —una mentalidad "conformista favorecida, y aun exigida, por la situación española de posguerra"—, "el humorismo nuevo viene a limitarse, en gran parte, a la estilización irónica del mundo de los abuelos", y la "critica de la vida" que estos "humoristas pretenden suele limitarse, al menos en cuanto a su desarrollo explícito, a la crítica de los usos, costumbres, convenciones, frases hechas y, cuando más, al descrédito de algunas entelequias ideales de unas estructuras mentales y sociales enfocadas ya (sin duda "demasiado pronto") retrospectivamente". Es pues un humorismo mantenido por la crítica de las supervivencias inertes del pasado en la vida actual, mucho más que por la crítica de la vida actual en sí misma (1988, pp. 244-245).

Sea como fuere, y aunque en el caso de Mercedes Ballesteros no pueda hablarse de una humorista pura —por otra parte, y como bien sabemos, en la literatura española no existe ningún humorista puro, del estilo, por ejemplo, de P. G. Wodebouse, traducidísimo y publi-cadísimo en la España del periodo, muchas de sus obras precisamente en "Al Monigote de Papel"—, Mercedes es, como decía, una de nuestras pocas y más destacadas humoristas (hay quien sostiene que a las mujeres el humorismo no se nos da en absoluto bien: Vilas, 1968, pp. 78-80), y sobre la que el ya citado E. G. de Nora comenta, comparando su escritura con la de Álvaro de Laiglesia: "Una mayor contención verbal, una matizada hondura en la intención satírica (apoyada en esa capacidad de observación y anotación llevadas al detalle solo posibles en una mujer), todo ello veteado de ternura y fantasía, y regidos por una clara inteligencia, definen la obra literaria de Mercedes Ballesteros" (1988, p. 253). En efecto, así es.

Pasaron por aquí (1985)

Muy distinto a los volúmenes que hemos ido presentando es Pasaron por aquí (1985), la última entrega de Mercedes Ballesteros11, y, a mi parecer, una de sus obras más conmovedoras y de mayor pureza estética.

En sus páginas, que tienen algo de examen de conciencia, Mercedes rescata de su memoria la humanidad de unos seres —adultos y niños— indivisiblemente ligados a sus recuerdos de infancia y juventud, desde una primera persona narrativa en la que la rememoración se tiñe de melancolía, porque el gran personaje que está detrás de cada una de sus líneas, y que pone un acento de auténtica emoción en la voz de Mercedes Ballesteros es el "tiempo", su devenir, su paso, y, con ellos, el olvido, que a todos nos amenaza, ciertamente, pero más aún a los seres rememorados por nuestra escritora, porque como ella misma aclara en el pórtico a la obra, no se trata de personajes prestigiosos, y que tienen ya asegurada la posteridad, sino de esos otros de los que nadie hablará si no lo hace ella: "De los que no tuvieron en vida relieve alguno y cuya biografía" no aparecería jamás en letra impresa de no ser gracias a su pluma. Seres "que no hicieron más que pasar", pero que merecen ser recordados, "porque un día fueron seres vivos, anhelosos, con la tensión de la esperanza y la congoja de sus incertidumbres, con sus gozos y sus quebrantos". Sí, pasaron "como sombras", "pero en cada una de esas sombras ardía el fuego de un corazón. Su existencia no cambió en nada el curso de la Historia del mundo; pero ellos son la Historia del mundo" (es inevitable pensar en la intrahistoria unamu-niana). Fueron reales, existieron en cuerpo y alma, según las palabras de Mercedes Ballesteros, que los recuerda con un amor especial, porque formaron algo así como el telón de fondo de su vida, y cada cual ama, "entre todas las vidas —más que la de Napoleón o Carlomagno— su propia pequeña vida" (1985, pp. 9-10).

Una vida y unas rememoraciones que Mercedes desnuda ante los lectores, especialmente por lo que se refiere a sus recuerdos de infancia y juventud, como decía, y que en buena medida son también los de la infancia y juventud de su hermano Manuel, inseparable compañero de estudios, de juegos y de viajes, tanto por España, como por Europa, en particular por Italia —residencia de su abuela paterna—, así como por Alemania, Francia, Inglaterra o Portugal, "donde se empapó de otras culturas, formas de ver e interpretar la realidad, el arte, etc.", como indica Arias Bautista (2014), que con mucha razón afirma que Mercedes y Manuel (brillante historiador, al que está dedicada la obra, y es fácil intuir las razones) tuvieron una infancia y juventud culturalmente privilegiadas: en efectivo, crecieron en un ambiente culto, o lo que es más importante aún a mi parecer, en un ambiente de amor y respeto por el estudio y por la cultura, alentados por sus padres, los historiadores Antonio Ballesteros y Beretta, y la colombiana Mercedes Gaibrois y Riaño —primera mujer en ingresar en la Real Academia de la Historia— y, sin duda, un gran ejemplo para su hija12. Ambas "fueron mujeres cultísimas, pertenecientes a una clase social privilegiada que les permitió situarse intelectualmente por encima de la mayoría de sus contemporáneas", y que, "conscientes de sus capacidades y dentro de los márgenes de su ideología religiosa y de clase, mostraron que la diferencia entre hombres y mujeres era ficticia, fruto de una tradición injusta que podía ser demolida con la formación adecuada, el esfuerzo y el trabajo bien hecho" (2014).

Pasaron por aquí se presenta ordenada en dos secciones —sin título—, en las que se distribuyen ecuamente las veintiocho prosas que la integran, y en las que los personajes evocados —hombres y mujeres, niños y adultos, españoles y extranjeros (a los que los jóvenes hermanos conocerán en parte por azar, y en parte por la curiosidad humana que les anima)— se alternan sin un orden preciso, pero en absoluto casual, a mi juicio: Mercedes parece buscar la amenidad del lector — precisamente mediante las alternancias—, y un deliberado equilibrio de emociones, con subidas y bajadas emotivas muy sabias, así como con un juego de espacios y paisajes que se alternan y complementan, y en los que se mueven los personajes que pueblan esta obra, y que merecerían ser recordados todos, por la calidad literaria y humana con las que Mercedes los evoca y los dibuja.

Personajes modestos a veces, a menudo solos, sin familia, y por ello, más expuestos al olvido, como "María la Sorda", una anciana y humilde vendedora de golosinas, que Mercedes nos presenta, con una sinécdoque, a través de su "mostrador" ("Lo que llamaríamos el establecimiento comercial de María la Sorda era mínimo. Consistía en dos cajones superpuestos", p. 21). Un tenderete que tras su muerte alguien arroja a una hondonada (su hermano y ella lo vieron desde el desmonte al que iban a jugar con otros niños), en la que fue pudriéndose, entre basuras. Y "cuando, en verano, instalaron allí un tiovivo y limpiaron los contornos, desapareció para siempre el último vestigio de María la Sorda. La única huella de su paso por este mundo" (p. 23).

Y del mismo modo, recuerda también Mercedes a "M. Benegas", a quien conocerán en una modesta nave frutera, Vulcania, de regreso de las costas bretonas a las islas Canarias (el barco tenía solo tres camarotes), y del que acabarán averiguando que vendía joyas falsas en los prostíbulos y en las cercanías de los presidios, porque eso hacía "aquel hombrecillo de mirada de alimaña", vender "ilusión de riqueza a los más miserables de la tierra" (p. 138).

Rememora también Mercedes a personajes con los que no tuvo trato directo, pero que forman igualmente parte de sus recuerdos de infancia, como "Las gordas de enfrente" ("Nunca hablamos con ellas, nunca oímos el timbre de su voz. Ni siquiera supimos sus nombres. Pero seguimos su vivir, paso a paso, durante años", p. 24), las cuales, tras la muerte de su padre, que se llevó con él la llave de la despensa, como solía decirse, tuvieron que abandonar la que hasta entonces había sido su casa: "Ya anochecía cuando se terminó la recogida de todo. Arrancó el carromato de las mudanzas y el ajuar de las gordas de enfrente emprendió su camino hacia la pobreza y el olvido" (p. 26).

O un precioso personaje a quien nunca llegaron a verle la cara, la protagonista de "¡De olor, y qué bonitaaas", que pasó por sus vidas como un sueño:

La historia fue... No fue historia, no. Solo una ráfaga, la historia de un pasar. Sombra tampoco: luz de un pasar. No es casi contable, de tan breve. Apenas el boceto de un vivir, entrevisto, entreoído. Casi ni puede contarse, se escapa, de tan sutil, como se escapa de contar el fugaz golpe de lluvia en la ventana: quedan cuatro gotas en el cristal y luego resbalan como lágrimas. Así fue el pasar de la florista de mi calle.

—¡De olor, y qué bonitaaas!

Subía el pregón del arroyo a los balcones. Subía la voz de cristal, la planta fina, de campanilleo tenue de procesión, de alzar a Santos. Aquella voz, chorro de gracia. [...]. ¿Cómo sería la florista? ¿Cuál sería su nombre? (p. 56)

Pese a intentarlo, nunca llegaron a descubrirlo, solo conocían de ella su voz, y su mano: "una mano tendida con la gentileza con que se tiende, tan señoril, en un paso de minué. Y en la mano el ramillete de rosas pobres, de a real el manojo".

Y también ella "Un día se fue para no volver más. ¿Qué habrá sido de la florista?, se dijo entonces. ¿Qué habrá sido de la florista?, me pregunto hoy que han pasado cincuenta años" (pp. 56-57).

Otros personajes adultos son buena muestra de las vicisitudes y de las vueltas que da la vida, según solemos decir —y por ello, muy formativos para Mercedes y Manuel—, como "Isabelita la Bordadora", "Esther", o Bibbi ("Primavera, otoño e invierno de Bibbi"); seres de los que a veces se descubren los destinos trágicos muchos años después, como ocurre con Samy ("El dulce Samy y su ratita"), un americano alojado en el mismo hotelito que ellos en las cercanías de París, y de profesión gánster: "Solo muchos años más tarde supimos que, en su país, en un tiroteo con la policía Samy había resultado muerto. Lo imaginamos derribado, sangrante, pero con aquella sonrisa de ángel de Reims. El dulce Samy, ángel de la guarda de los negocios de sastrería de París, que podía beberse diez fine sin alterarse y tenía una ratita blanca a la que acariciaba con amor" (p. 129).

A veces, el final provocado por la muerte puede conllevar el de un apellido ilustre, como el de "Los Farreiras de Alemtejo", o el final de una profesión, por ejemplo, la de dama de compañía, personificada en "Anita Gil" y en su triste e injusto destino: "Escolta de dos señoritas muy allegadas a nuestra familia. Su traza era bien deslucida. [...]. Sin nadie en el mundo. Llevaba años en la casa cuando sucedió el desastre". Ella, Anita Gil, "fue tal vez la última señorita de compañía. Algo menos notable que el final de una dinastía o de una estirpe. Pero, en todo caso, final" (pp. 15-16).

Pero en Pasaron por aquí brillan en modo especial, y con luz propia, los niños y los adolescentes —tan relevantes, por otra parte, en la narrativa de Mercedes Ballesteros, según apuntaba en nota—. Criaturas trágicas, como "Modesta la Tonta", que solo sabía decir "adiós", "Pero punteando la palabra de manera que destacara Dios: a-Dios. Y era como si Dios mismo bajara de su trono", y que dejó de acunar a su muñeca para acunar a su propio hijo (pp. 87-88). Seres que ven a veces truncadas sus vidas, o su futuro, por la muerte o por la desgracia, como "Gregorio", o el pequeño pianista de "Sonata en la menor", o el anónimo muchacho atropellado por un coche en Montpelier ("Rien à faire"), el primer e inolvidable encuentro de los hermanos Ballesteros con la muerte: "Todavía, alguna que otra vez, mi hermano me pregunta: '¿Te acuerdas de Rien à faire?'. Y pasado más de medio siglo de aquello, aún nos sube un borbotón de congoja desde el corazón a los ojos" (p. 66). La historia es tan simple como trágica:

Un chiquillo, como de nuestros años, dio una carrera para sortear el tráfico, pero vino a caer al pie de las ruedas de un automóvil. Su cuerpo salió despedido hasta la acera, tras un estampido de frenos y de gritos. Se arremolinó la gente. Nos abrimos paso para ver al muchacho que yacía sobre las piedras. [...]. No sé quién lo dijo, si alguno de los guardias que trataban de apartarnos o un señor enlutado que anduvo palpándolo. Alguien lo dijo.

—Rien à faire.

La frase que había de recordar siempre.

Fue nuestro primer encuentro con la muerte. (p. 68)

Otro de los personajes centrales de Pasaron por aquí es "Bufandita" ("Así le llamábamos, porque cuando le conocimos, en pleno invierno, jamás se quitaba una bufanda pardusca tejida por su abuela", p. 69), con el que jugaron mucho en el Parque del Oeste, y al que, por distintas razones, dejaron de ver durante unos años, hasta que casualmente volvieron a encontrarse, cuando él "ya era un mozo, poco más crecido que de niño, con una sombra de bigote sobre el labio. Despachaba, con su madre, en un puesto de melones". Un encuentro sobre el que recuerda Mercedes, con unas palabras que no necesitan comentario:

No lo conocimos al pronto, ni tal vez él a nosotros, porque nos trató de usted, y a mí, que ya andaba por los catorce, me dijo "señorita".

Fue así como acabo nuestra amistad con Bufandita, porque su mundo quedaba aparte del nuestro, merced a esa grieta despiadada de las clases sociales.

No volvimos a verle, ni sé qué habrá sido de él. Me gustaría encontrarlo ahora, que será un viejo, para decirle: "Señor Bufandita, no crea que no le saludamos como amigo en aquel puesto de melones porque nos avergonzáramos de usted. No, querido señor Bufandita, sino porque nos avergonzamos de la vida". (p. 71)

Otro personaje inolvidable es "Fernandito el Cobarde", cuya evocación supone, por otra parte, una de las pocas referencias de Ballesteros al terrible periodo de la Guerra Civil, que truncará también el futuro de Ció, una querida amiga de Mercedes, compañera de universidad, la cual, tras muchas vicisitudes, consiguió por fin ser madre, pero a causa de las zozobras y privaciones de la guerra sus dos hijas gemelas nacieron muertas; un dolor que la acompañará en su regreso a Barcelona y que la privará de la razón:

Te visité la última vez en el Manicomio.

Me hablaste precipitadamente, con pasión, mezclando los idiomas para terminar hablando solo en griego y en latín. Te habías ahogado en el mar muerto de las lenguas muertas. Comprendí que nombrabas a las niñas, apretando los brazos sobre el corazón, como si allí las guardases.

Recuerdo lo último que me dijiste: "Et in Arcadia Ego" (Yo también he vivido en Arcadia). Fue tu despedida. Para siempre. (p. 132)

Con todo, a pesar de las dificultades de la existencia, a veces terribles, Mercedes Ballesteros nos recuerda, y creo que es uno de los mensajes de su obra, como ya apuntaba, que hay seres capaces de ser felices pese a todo, y de serlo con muy poco, como Angelita ("Angelita, o el gozo de vivir"), la niñera de sus vecinos, y que acabó casándose con un tipo bajo, rechoncho, y que llevaba las cuentas en algunos comercios. Después de varios años sin verse, una tarde de domingo, camino de la verbena, su hermano y ella encuentran a una pareja con un niño ("un niño de unos cinco años, algo canijo y cabezón"), y comprenden que es Angelita. Tras una breve y cariñosa conversación: "Ellos siguieron cuesta abajo, tan llenos de gozo que daba gloria verlos. ¿Por qué? ¿Por qué eran tan felices? ¿Qué tenían para que Angelita nos comentara: 'La verdad es que no me puedo quejar, mejor no pueden irnos las cosas'. ¡Pero si no tenían nada!" (p. 35). A lo que añade Mercedes:

¡Cuánta luz, cuánta luz, Dios mío, despedían esos tres seres insignificantes en la verbena! ¡Y eran sus vidas tan pequeñitas y tan poca cosa! Ni qué decir tiene que todo esto lo pienso ahora, al rememorar aquellas pequeñas vidas entrevistas al final de mi niñez. Han pasado muchos años, he conocido personas alegres y tristes, pobres y opulentas; pero nadie, nadie como aquella insignificante pareja me ha hecho percibir, ni antes ni después, el suave perfume del gozo de vivir. (p. 36; en similar sentido: "El indio Rómulo y la gloria" y "Câline")

Otro importante recuerdo que nos ofrece nuestra autora es el de su primer baile, en Viena, al que acudieron invitados por un pintor mexicano: "¡Un baile! Para mi hermano y para mí —él diecisiete años, yo quince— la idea de asistir a un baile en Viena nos parecía fabulosa. Creíamos que se trataría de alguna fiesta como las celebradas en la corte de Francisco José". No lo fue, ni mucho menos, pero en el baile Mercedes conocerá a Mario: "De pronto se abrió una puerta y entró Mario. Nos miramos". "Sus miradas se cruzaron y un fluido sutil...". "Yo había leído una frase así en alguna parte pero hasta ese momento no lo había vivido. Si a algo se le podía llamar 'fluido sutil' era a aquello".

Se despidieron cuando ya amanecía: "Volveríamos a encontrarnos, ¡no cabía la menor duda! El destino no podía ser tan cruel de separarnos para siempre. En tanto que el destino arreglase un próximo encuentro nos comunicaríamos por carta". La primera carta de Mario la esperaba a su regreso a España. "La segunda no llegó nunca".

Cincuenta años después lo encontrará Mercedes, o eso cree, formando parte de una misión diplomática: "La vejez muchas veces ennoblece las fisionomías. No parecía ser este el caso" (pp. 80-84).

Y con Mario, con las líneas que Mercedes le dedica en Pasaron por aquí, volveremos a encontrarnos diez años después, en 1995: cuando José Ortega Spottorno le pide a Mercedes colaboración para su obra Los amores de cinco minutos, uno de los tres textos elegidos por ella para su publicación en tal obra será precisamente "Mario": en sus "Palabras previas", comenta al respecto Ortega Spottorno que cuando estaba terminando de escribir el libro, pensó que sería bueno añadirles otros relatos, "escritos por una mujer desde la perspectiva femenina", y la elegida fue nuestra autora:

Mercedes Ballesteros, a la que me unía amistad y admiración grandes y antiguas, aceptó generosa esta colaboración, pero mi petición la encontró aquejada de una posma enfermedad que embargaba momentáneamente su natural buen humor. Y para no posponer la aparición de esta obra, me propuso dar de nuevo tres relatos suyos, publicados hace bastantes años, a fines a mi tema de los amores fugaces. Solución que acepté gustoso sobre todo por la calidad narrativa que vi en ellos. Pero mientras que componía el conjunto de esta obra, se fue agravando su enfermedad y murió en Madrid un triste día de junio de este año. (1995, p. 13)

Mario, como el resto de los seres que evoca Mercedes Ballesteros —lamentablemente no a todos he podido referirme aquí—, pasó por la vida de Mercedes en carne y alma, y en carne y alma nos los devuelve ella, con una pureza y una naturalidad estéticas altísimas. Al respecto, escribía García Nieto (1985) a la salida del libro: "La narradora está tan cerca de nosotros —o hace que nosotros lo estemos de ella—, que procura que sus personajes, sus lugares, sus escenarios, íntimos y escogidísimos, nos lleguen con una economía verbal de imposible desasimiento". A lo que añade: "Alguien —quizá superficialmente— podrá decir que esta prosa es muy poética; pero solo acertará en el fondo verdadero de las cosas. En ese en el que poesía y realidad se unen en sustancia y resultado". No podría decirse mejor.

Por otra parte, Pasaron por aquí nos permite comprender la gran riqueza, no solo vital, sino también cultural, de Mercedes Ballesteros; una cultura literaria, y, más en general, artística, no ostentada, nunca pedante, a menudo "corregida" por el humor, pero indiscutible, y muy evidente en esta obra, que no es en absoluto necesario escindir, a mi juicio, y volvemos al principio, de las prosas de Baronesa Alberta: ambas, aunque distintas, son Mercedes Ballesteros, y ambas personalidades contribuyen a perfilar su riqueza artística y a revelar su gran interés humano y literario.



Notas

1 En especial en lo que tiene que ver con su narrativa. Su teatro ha sido más estudiado: Coello Hernández (2022), O'Connor (1989) y Plaza Agudo (2012).

2 Los errores que pueden encontrarse son de varios tipos, de los que pongo algunos ejemplos: inexactitudes en la fecha de nacimiento o de publicación de algunos de los volúmenes, así como en los títulos (Falcón y Siurana, 1992), o en la descripción de la tipología de las obras, sobre todo por lo que se refiere a las misceláneas: El personal, como ensayo (Falcón y Siurana, 1992), o Así es la vida y Este mundo como novelas (Soler Gallo, 2017, p. 13), además de la cuestión de Verano e Invierno, sobre la que volveré. Que conste que lo indico con todo respeto, porque comprendo muy bien las dificultades que conlleva el estudio de un amplio corpus no siempre de fácil consulta —para mí, no lo está siendo en absoluto, ni he logrado en ningún modo ponerme en contacto con sus herederos—, pero esta circunstancia no nos exime de la necesidad de empezar a establecer bases bibliográficas ciertas de las que partir antes de emprender cualquier tipo de estudio sobre la obra de nuestra autora o de cualquier otra escritora u escritor.

3 En palabras de Pgarcía, en La Codorniz se señalan cuatro etapas definidas por sus diferentes directores, que marcaron su impronta. La primera corresponde a Miguel Mihura (1941-1944); la segunda, a Álvaro de Laiglesia (1944-1977); la tercera a Manuel Summers (1977-1978) y la última a Cándido (marzo-diciembre, 1978. "Las dos últimas marcan la decadencia final del semanario" (2001, p. 26).

4 En concreto en el número 185 de la revista, fechado el 18 de febrero, escribe Ballesteros en la citada sección: "A una mujer no le interesa que se la quiera. Lo que le interesa es que se le diga que se la quiere. / ¡Es triste, querido mocito, pero la mujer que más te querrá es aquella a la que tú has dejado de querer! / Una mujer acaba por perdonar que se le hable mal de su familia. Lo que no perdona nunca es que se le hable mal de su peinado". (apud, De Laiglesia, 1981, p. 141).

5 Se publica en la colección "La Novela del Sábado" —curiosamente esta colección no fecha los volúmenes, pero se considera de 1953—. Luego, Ballesteros la incluye, con algunas variantes, como segunda parte de Mi hermano y yo por esos mundos (1962). Tema del que me estoy en la actualidad ocupando en un trabajo en el que abordo la presencia y la representación de la infancia y la adolescencia en la narrativa de Mercedes Ballesteros Gaibrois.

6 De extensión irregular, como puede apreciarse: I (29 textos); II (7 textos); III (14 textos); IV(8 textos); V (29 textos).

7 La prosa introductora es una risueña captatio benevolentiae. Dice así Mercedes Ballesteros: "Admiro mucho a los médicos, y me parecen la compañía ideal de una persona sana. Tienen la ventaja, sobre los que ejercen otras profesiones, de que no hablan nunca de medicina. Me impresiona profundamente su lucha constante en contra de la naturaleza, semejante, en cierto sentido, a la de los buscadores de oro de California. Además un médico es generalmente un hombre simpático, cuya cortesía llega al extremo de fingir que nuestras amígdalas le preocupan profundamente, y esto siempre se agradece. Si en lo que voy a decir sobre los médicos puede encontrarse algo de veneno, quiero hacer constar que está perfectamente mezclado con vitaminas. Exactamente lo mismo que ellos hacen con nosotros" (1953, p. 81).

8 Sobre el que comenta Ballesteros en el texto introductor, y sus palabras nos dan, de nuevo, una idea bastante precisa del tono general de las prosas en examen: "Puedes estar seguro de haberte enamorado si delante de la persona que te interesa no se te ocurren más que idioteces./ Si deseas vivamente la felicidad de otro, su bienestar y su alegría, eso es amistad. / Si deseas vivamente el sufrimiento de tu prójimo, eso es amor. / Para la amistad se necesitan dos personas. Para el amor, no. ¡Basta y sobra con un amor no correspondido!/ El que da amor, corre el peligro de que se lo devuelvan. / Si el recuerdo de un sentimiento pasado te conmueve, es que era amistad; si te revienta, es que era amor. (1953, p. 135).

9 Actualmente sí está recogida esta acepción en el DRAE.

10 Disiento por ello de Soldevila Durante (2001), cuando afirma: "Por la vertiente del humor se desarrolla la obra narrativa de los escritores reunidos en torno a la revista La Codorniz, heredera de la Ametralladora, y cultivadora de un humorismo casi surrealista, absurdo, como de Edgar Neville, Álvaro de Laiglesia, Miguel Mihura o Mercedes Ballesteros (que publicaba sus relatos con el seudónimo de 'La baronesa Alberta')" (pp. 258-259).

11 Los tres relatos que incluye en la obra Amores de cinco minutos, a la que me referiré más tarde, coeditada con José Ortega Spottorno, y que se publica en 1995, tras la muerte de nuestra escritora, no eran textos inéditos.

12 En este sentido, no deja de resultar curioso que precisamente en una obra en la que se acusa de forma repetida de conservadurismo a Mercedes Ballesteros, cargando no poco, y sin necesidad, a mi juicio, las tintas (Aguilar y Cabrerizo, 2019, pp. 210, 211 y 352, entre otras), se cometa un "desliz" que podría interpretarse como un reflejo, exactamente, de una visión conservadora y machista: "Siguiendo el ejemplo de su padre, escribe en 1949 una Vida de la Avellaneda, a la que acompañan otros trabajos sobre figuras femeninas de la Historia de España: María de Molina, María de Hungría" (p. 210). Y digo machista, porque dan por supuesto que el ejemplo, la ejemplaridad, solo le podía venir de su padre, no de su madre, que, por otra parte, es la brillante autora de los trabajos sobre María de Molina, María de Hungría, y otra destacadas figuras, no Mercedes, que escribió en efecto biografías, pero "solo" Vida de la Avellaneda (1949) y Manuela Saénz, el último amor de Bolívar (1976).



Referencias

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