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ARTÍCULO NEOLIBERALISMOS Y GUERRAS CIVILES *NEOLIBERALISM AND CIVIL WARS |
https://doi.org/10.14718/SoftPower.2024.11.1.4
Maurizio Lazzarato
Université Panthéon Sorbonne (Université París I)
Es investigador en el Matisse/CNRS, en la Université Panthéon Sorbonne (Université París I) y
miembro del College International de philosophie (CIPh).
Entre sus publicaciones recientes: Signs and
Machines: Capitalism and the Production of Subjectivity. Los Angeles: Semiotext(e) 2014;Governing by Debt. South
Pasadena, Semiotext(e), 2015; and with Eric Alliez,Guerres et
capital, Editions Amsterdam, 2016.
miazzareto@free.fr
* El ensayo es fruto de un proyecto de investigación desarrollado por el Matisse/CNRS de la Université Panthéon Sorbonne (Université París I).
Fecha de recepción: 15 de marzo del 2024
Fecha de aceptación: 15 de abril del 2024.
Resumen
La definición de "neoliberalismo autoritario" parece insuficiente y resbaladiza tanto política como teóricamente. El concepto no parece capaz de proporcionarnos una "ontologia" del presente, y es, más bien, la consecuencia de una época en la que la guerra y la guerra civil han sido eliminadas del debate teórico, solo para volver hoy a primer plano, como todo lo que no se quiere ver o conocer, con una violencia sin precedentes. Definir la evolución en curso de las democracias occidentales como autoritaria, antiliberal, es otra manera de eliminar la realidad violenta del choque de clases y de las guerras que de él se derivan. La tesis que quiero demostrar en este artículo es que la guerra civil es la condición de posibilidad tanto del ordoliberalismo como del neoliberalismo; juntos constituyen su continuación por otros medios.
Palabras clave: neoliberalismo autoritario; guerra civil; democracia
Abstract
The definition of "authoritarian neoliberalism" seems insufficient and slippery both politically and theoretically. Indeed, this concept does not seem capable of providing us with an "ontology" of the present, and is rather the consequence of an era in which war and civil war have been eliminated from the theoretical debate, only to return today to the foreground, like everything else that one does not want to see or know, with unprecedented violence. Defining the ongoing evolution of Western democracies as authoritarian, illiberal, is another way of eliminating the violent reality of the class clash and the wars that result from it. The thesis I want to demonstrate in this article is that civil war is the condition of possibility of both ordoliberalism and neoliberalism, together constituting their continuation by other means.
Keywords: authoritarian liberalisms; civil war; democracy
La definición de "neoliberalismo autoritario" me parece débil, insuficiente y resbaladiza tanto política como teóricamente. El concepto puesto en circulación, al menos en Francia, por Grégoire Chamayou, no me parece capaz de proporcionarnos una "ontologia" del presente, y es más bien hijo de una época en la que la guerra y la guerra civil han sido eliminadas del debate teórico, solo para volver hoy a primer plano, como todo lo que no se quiere ver o conocer, con una violencia sin precedentes. Definir la evolución en curso de las democracias occidentales como autoritaria o antiliberal, es otra manera de eliminar la realidad violenta del choque de clases y de las guerras que de él se derivan.
La tesis que quiero demostrar es muy simple: la guerra civil es la condición de posibilidad tanto del ordoliberalismo como del neoliberalismo, pues juntos constituyen su continuación por otros medios (económicos, jurídicos, políticos). Tanto en el orden ordoliberal como en el neoliberal fluye una guerra civil "encubierta", dice Marx, siempre susceptible de convertirse en guerra civil abierta, lo que, al cabo de un tiempo más o menos breve, sucede regularmente porque las contradicciones y oposiciones que produce el capitalismo solo encuentran su solución en la violencia extraeconó-mica. El mercado, la competencia, la libertad de precios, el individualismo posesivo y apropiativo fracasan con asombrosa regularidad como técnicas de gobierno.
El ordoliberalismo no habría podido transformarse después de la Primera Guerra Mundial en políticas reales —en una "economía social de mercado"— sin la guerra civil librada primero por la socialdemocracia y luego por el nazismo contra el movimiento obrero revolucionario en Alemania. El neoliberalismo, por su parte, solo lograría lanzar su primera experimentación a gran escala después y gracias a las sangrientas guerras civiles en toda América Latina libradas por los fascismos locales bajo la dirección de Estados Unidos.
Pocos han señalado —de hecho nadie, que yo sepa— que el ordoliberalismo, la primera crítica al fracaso del liberalismo del siglo XIX que desembocó en la Primera Guerra Mundial, nacida durante la República de Weimar, nunca ha sido capaz de gobernar ni de aplicar sus políticas en los años en que se desarrolló. ¿Por qué? En los años 30 habría sido imposible hacer del ordoliberalismo una política, porque había una guerra civil en curso que hacía inoperantes, y por tanto inútiles, las "pacíficas" recetas ordoliberales. La clase obrera y los movimientos de la época nunca habrían aceptado la "neutralización" de su fuerza política en la que consistía la esencia del programa ordoliberal. Solo sería posible en la posguerra, cuando la violencia nazi hubiera aplastado la fuerza del movimiento obrero y vencido sus subjetividades.
Una secuencia similar se produjo con el ascenso del neoliberalismo en América, aunque solo después de las guerras civiles que sembraron el terror en toda América Latina.
El neoliberalismo es aún más paradigmático porque comienza en el Sur con la violencia de los golpes militares liderados por Estados Unidos, mientras que en el Norte basta con golpear políticamente a los sindicatos y a las resistencias y movimientos obreros de finales de los años 60 y principios de los años 70. Durante la aplicación de las políticas neoliberales sobre la piel de las subjetividades derrotadas, la guerra civil parece desvanecerse; en realidad, fluye como un río cárstico bajo la "gubernamentalidad" neoliberal, produciendo una intensificación del poder ejecutivo, una mayor concentración y centralización de los oligopolios y monopolios, y el nacimiento de nuevas formas de populismo y fascismo que conducen, y esta es la actualidad, a una nueva guerra civil mundial paralela y contemporánea a la guerra entre imperialismos. La secuencia guerras - "mercado" y gobierno -guerras se repite con asombrosa regularidad.
Entonces, mi punto de vista es particular: no entiendo cómo reconstruir en detalle las políticas ordo y neo-liberales; para esto, ya existen numerosos trabajos muy interesantes. Sin embargo, ninguno de ellos interroga las "condiciones de posibilidad" de los nuevos liberalismos, faltando así a los principios elementales de la crítica.
El problema del ordo-liberalismo a través de los ojos de Carl Schmitt
El análisis de Schmitt en los años 30 parece converger, durante un brevísimo periodo, con el punto de vista ordoliberal (Economía libre, Estado fuerte) escribió Rüstow en 1932, haciendo eco de un texto anterior de Schmitt, (Estado fuerte, economía sana). Las dificultades de la República de Weimar, agravadas por el estallido de la crisis de 1929, se leen a través de la crisis del Estado. Schmitt lo define como total o económico, concepto que volvemos a encontrar en el mismo año, 1932, en Rüstow y Eucken, porque:
hat ein ausgedehntes Arbeitsrecht, Tarifwesen und staatliche Schlichtung von Lohnstreitigkeiten, durch welche er die Lõhne mafigebend beeinflufit; er gew áhrt riesige Subventionen an die verschiedenen Wirtschaftszweige; er ist ein Wohl-fahrts- und ein Fürsorgestaat und infolgedessen gleichzeitig in ungeheurem Mafie ein Steuer- und Abgabenstaat. (Schmitt, 1940, p. 154)
Todos los sectores de la sociedad están implicados en este proceso: ya en 1928, dice Schmitt, el 53 % de la renta nacional estaba controlada por los poderes públicos. El Estado total rompía la separación entre política y economía, entre Estado y sociedad civil, que definía lo que era político y lo que no.
Así, Estado y sociedad se interpenetran, el primero 'ya no es 'algo distinto y cualitativamente superior' a la sociedad, ya no se opone a la religión, la cultura, la educación y la economía, momentos que 'dejan de ser neutrales, en el sentido de no estatales, y no políticos'. El Estado perdería su 'autonomía', presa y botín de los intereses partidistas que lo asaltan. Surge una 'multiplicidad de partidos totales' y sindicatos 'totales en sí mismos', funcionando como monopolios.
Wichtiger als jedes wirtschaftliche Monopol ist dieses politische Monopol einer Reihe von starken politischen Organisationen, die einen starken Staat nur unter der Bedin-gung tolerieren, dafi dieser Staat ihr Ausbeutungsobjekt ist. (Schmitt, 2021, p. 75)
Tanto Schmitt como los ordoliberales saben que, en realidad, fue el conflicto de clases el que determinó la crisis de la autonomía del Estado, que dejó de ser suprapartes como titular del monopolio de la "soberanía". Para estos últimos, las raíces de la crisis de Weimer se encuentran incluso en la Revolución Francesa, que convirtió a las "masas" en activas y organizadas, con lo cual provocó la ruptura del orden jerárquico de las clases que establecía para cada una su lugar y su función en la sociedad. El orden que hay que restablecer es la condición metaeconómica de la economía.
Para Schmitt, sin embargo, 1848 fue el momento decisivo. La época de las revoluciones fue abierta por la burguesía (americana y francesa), pero fue la europea, y especialmente la francesa ("¡Maldito sea junio!") de 1848 la que marcó la entrada de la hostilidad proletaria en la lucha de clases: "der revolutionáre Radikalismus in der proletarischen Revolution von 1848 unendlich tiefer und konsequenter ist als in der Revolution des dritten Standes von 1789" (Schmitt, 2015, p. 61).
Lo que trastornó las sociedades europeas a partir de la Revolución Francesa no fue la guerra entre Estados, sino la guerra civil: ya no guerras civiles de religión, ni siquiera entre facciones de la aristocracia o la burguesía, sino una continua guerra civil de clases, ahora soterrada, ahora abierta (también denominada "guerra civil legal"). Con la guerra civil de clases comenzó la desaparición del Estado tal y como había sido configurado por el Tratado de Westfalia, capaz de mantener "la paz, la seguridad y el orden" internamente y de transferir esta violencia neutralizada a la guerra contra el enemigo exterior. La policía manda sobre la sociedad, la soberanía decide la guerra entre Estados. La irrupción de las "masas" desafiará radicalmente el monopolio estatal de la política y la toma de decisiones, porque es reclamado y ejercido por sujetos no estatales (los trabajadores, las mujeres, los esclavos, los colonizados).
La revolución soviética rompió definitivamente esta organización sobre la que se había constituido el sistema político burgués: la guerra civil de clases hizo saltar por los aires la distinción entre el exterior y el interior (el internacionalismo proletario actuó a través de esta separación), la guerra y la paz son desplazadas porque ambas solo expresan los intereses del capital y del Estado.
El principal objetivo de la revolución será repolitizar lo que el Estado ha despolitizado, transformando el conflicto interno, así restablecido, en una ruptura del orden establecido. Con las revoluciones proletarias que tienen lugar en las periferias y en el sur del capitalismo, donde la guerra y las guerras civiles hacen estragos ininterrumpidamente, el Estado se ve desposeído de otra de sus prerrogativas, el jus belli que solo él podía ejercer: ya los esclavos haitianos habían declarado la guerra a los imperios coloniales derrotando a los dos más importantes (Inglaterra y Francia), mientras que los bolcheviques habían promovido y organizado la primera guerra civil mundial de los "partisanos".
El historiador Fernard Braudel decía que la Europa de principios del siglo XX estaba preparada para avanzar hacia el socialismo y que solo el estallido de la Primera Guerra Mundial lo impediría. Es esta fuerza la que hay que neutralizar y derrotar. El programa ordoliberal, que ya estaba listo en los años 30, no tiene ninguna posibilidad de "integrar" este impulso revolucionario a través de su economía y su derecho. Las nuevas normas económicas, políticas y sociales del ordoliberalismo (la lucha contra los monopolios, el restablecimiento de la competencia, aunque ya no sea en su forma "perfecta", la imposición de un sistema de precios libres capaz de seleccionar los servicios, y una constitución económica cuya ley deberá garantizar tanto la competencia como los precios), para ser aplicadas, exigen una acción política mucho más radical, sin la cual no tendrán ninguna eficacia.
Fue el mismo Carl Schmitt quien nos lo explicó: "Jede generelle Norm verlangt eine normale Gestaltung der Lebensverháltnisse [...] Es gibt keine Norm, die auf ein Chaos anwendbar wáre. Die Ordnung mufi hergestellt sein, damit die Rechtsordnung einen Sinn hat" (Schmitt, 1922, 19).
¿Quién y cómo "establece el orden" necesario para la norma jurídica, pero también económica y política, en una situación como la Alemania de entreguerras? La neutralización de la lucha de clases no puede llevarse a cabo mediante normas económicas, políticas y sociales ordoliberales si antes no se produce una despolitización, es decir, la derrota del movimiento obrero y de sus organizaciones, a través de la guerra civil
Y está claro cuál es el significado de "ordo" que se antepone al liberalismo. Primero, hay que restablecer el orden, normalizar, neutralizar las demandas de rentas y salarios que surgen de la clase y del proletariado, así como el deseo de sustituir el capitalismo por el socialismo, extinguir el "caos" que este deseo y su organización provocan. Solo la guerra civil podía estar a la altura del nivel de enfrentamiento alcanzado en Alemania y en el planeta tras la revolución soviética. No hay alternativa, y de hecho las dos guerras mundiales son una larga guerra civil contra el socialismo, que en Alemania alcanzaría cotas de violencia sin precedentes, saliendo de las manos de las clases dominantes que habían favorecido el ascenso de los nazis, porque aquí existía el movimiento obrero más fuerte y organizado de Europa, la socialdemocracia, que seguía siendo, a pesar de todo, el partido de Marx y Engels.
Durante la fase constituyente de la República de Weimar, "wie es der frühe Horkheimer selber gesagt hat: »Gewerkschaften und Sozialdemokratien wurden zu gigantischen Maschinen zur Unterdrückung der Spontaneitát.«» «die Selbstorganisationsformen des Proletariats (die Arbeiter-, Soldatenund Betriebsráte" (Krahl, 2008, p. 242). La socialdemocracia desempeñó un papel clave en esta primera fase de la guerra civil. Ya en 1914, al votar a favor de los créditos de guerra y "traicionar" el internacionalismo proletario, dividió al movimiento obrero y determinó la imposibilidad, para siempre, de la revolución en Europa. Más tarde se hizo cargo de la represión armada de la revolución de noviembre antes de que esta fuera derrotada, a su vez, por el nazismo.
A pesar de la derrota de los espartaquistas, el equilibrio de fuerzas no se restableció completamente a favor del capital y del Estado. No bastaba con el trabajo sucio de los Noske, había que acabar con el nazismo, que destruyó de raíz el conflicto de clase más importante de la época en Europa del que Lenin esperaba el inicio de la revolución mundial. Uno recuerda muchas cosas sobre el nazismo, pero nunca lo suficiente, como que fue una larga y despiadada guerra civil contra el "bolchevismo" que aterrorizó a las burguesías de todo el planeta.
Carl Schmitt y una parte de los ordoliberales se implicaron, más o menos radicalmente, en la guerra civil de los nazis, confirmando, consciente o inconscientemente, que el orden de las clases dominantes era la condición de toda política1.
Solo en la posguerra, con la derrota del nazismo, parte de las políticas ordoliberales fueron asumidas por la nueva república federal nacida bajo el estricto control de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, solo se aplicó una parte de las recetas ordoliberales porque la "cuestión social" debió integrarse en sus políticas, mientras que en los años 30 el ordoliberalismo la identificaba como la causa del hundimiento del orden social (ancien régime) que siempre lamentaron. El gran reaccionario Friederich Hayek nunca perdonaría a sus colegas que introdujeran "social" en la definición de "economía de mercado". Una herejía a sus ojos. En realidad, los ordoliberales tuvieron que plegarse a las relaciones internacionales de poder determinadas por la naciente Guerra Fría, pero sobre todo por la fuerza que la revolución mundial aún poseía al final de la guerra, y que mantendría a lo largo de los años sesenta.
Aunque el nazismo sale derrotado de la Segunda Guerra Mundial, la obra de destrucción del movimiento obrero alemán permanece, y las clases dominantes le estarán eternamente agradecidas. En su seno, la clase se había desarrollado como sujeto político revolucionario, que ahora debía ser reducido a "capital variable", a fuerza de trabajo y, por tanto, a un mero componente y función del capital, a una clase en sí misma, a "fuerza productiva", a trabajo asalariado.
Solo en estas condiciones será posible la "cogestión", la "codeterminación" del capital y del trabajo. Lo que había sido imposible en la República de Weimar, tras la derrota infligida por el nazismo al conflicto obrero, se hizo realidad. Una subjetividad vencida solo tuvo que adherirse a un programa centrado en la propiedad privada, la empresa y la iniciativa empresarial, así como a un sistema jurídico que afirmaba, garantizaba y regía un renovado poder patronal, que, a cambio de la paz social, concedería derechos, salarios y bienestar. La socialdemocracia seguiría desempeñando un papel clave en la integración de la clase obrera, rompiendo con lo esencial de su tradición marxista en 1959. Se dieron todas las condiciones para que la dialéctica conciliadora capital-trabajo funcionara según las normas ordoliberales, que en este momento también pueden incluir el conflicto como motor de desarrollo.
En los estudios sobre el ordoliberalismo es difícil encontrar análisis de la crisis del modelo de "economía social de mercado". Ya en los años 60, el tema obsesivo que los ordoliberales reproponen continuamente —la lucha contra los monopolios, el fraccionamiento de toda concentración de poder, tanto económico como político— manifiesta toda su impotencia. La descentralización del poder político y económico, su compartimentación y la abolición de cualquier exceso de soberanía mostró su debilidad ante los primeros signos de conflicto en la segunda mitad de los años sesenta. El proceso, nunca latente, de centralización política y económica, a pesar de la legislación antimonopolio más "avanzada" de Europa, salió a la luz con la afirmación del "Estado autoritario" y las leyes de excepción que prevén la suspensión de las garantías democráticas ante una posible "amenaza subversiva", la limitación de las libertades individuales (incluido un control exhaustivo de las comunicaciones de los sospechosos), así como la posibilidad de declarar ilegítimas ciertas huelgas.
Tan pronto como el proletariado rompió con su condición de "capital variable", cuando incluso amenazaba con salir de su subordinación, de la pacificación colaborativa para el desarrollo, el hermoso castillo construido sobre los cimientos del ordoliberalismo se derrumbó y la tan despreciada centralización se reveló indispensable.
El ordoliberalismo, anticipándose al neoliberalismo y demostrando así su afinidad, evolucionó rápidamente hacia lo que en los años sesenta fue definido por los críticos de la naciente izquierda revolucionaria como "Estado autoritario" o "Estado de bienestar autoritario". No se trata, por tanto, de una novedad recién introducida; el concepto pertenece al movimiento de protesta alemán de la época, que lo heredó de Horkheimer. Las palabras de un dirigente de las juventudes del SPD, Hans Jurgen Krahl, introducen una novedad esencial en el análisis tanto del liberalismo como del fascismo:
Der Autoritáren Staat [...] ohne rechtlichen und politischen Legitimationsbruch in den Ausnahmezustand Carl Schmittscher Definition übergeht, dass es nicht erst eines Staatsstreichs bedarf. (Krahl, 2008, p. 239)
La competencia, en lugar de ser un sustituto de la guerra —como quería Benjamin Constant— preserva "erhalten die Konkurrenz als potentiellen Kriegszustand nach innen wie nach aufien" al que sin duda la "constitución económica" no impidió evolucionar hacia dispositivos de control y represión que poco tienen que ver con el mercado, la competencia, los precios, etc. (Krahl, 2008, p. 234).
Para abrir a nuevas formas de fascismo ya no es necesario que
dass der bestehende Staat nicht wie der alte liberale durch ein System grofier õkonomischer Naturkatastrophen in den Faschismus übergeht, sondern dass sich der Staat selber zur technologisch-faschistischen Führerperson machen kann, ohne einen personalen Führer zu brauchen. (Krahl, 2008a, p. 239)
El ejecutivo, como muestra Marx en El 18 Brumario, continúa su inexorable centralización desde los tiempos de la monarquía absoluta, condición indispensable para la centralización paralela del capital.
Man kann ja demokratische Autoritáten und Revolution Instanzen, etwa das Parlament, nicht nur terroristisch zerschlagen, sondern [...] manipulativ ins Instrumentarium der autoritáren Exekutive integrieren, wie eben die Notstandsgesetze zeigen. (Krahl, 2008b, pp. 264-265)
Rápidamente se establece una continuidad, que nunca se ha negado y que hoy encontramos intacta, entre democracia y fascismo, entre capitalismo y fascismo, porque si el capitalismo competitivo contenía en sí la posibilidad del socialismo, "el capitalismo monopolista e imperialista desarrolla en cambio una tendencia a la barbarie fascista". Esta otra constatación relevante de la crítica revolucionaria alemana de los años 60 es de una actualidad punzante porque habla de la presente integración sin problemas de los fascismos en las instituciones.
El choque de clases, en lugar de integrarse a través de la economía social de mercado, rompe el compromiso de posguerra entre capital y trabajo. Así, en los años 60 volvió a surgir un estado de excepción —no solo en Alemania, sino en el mundo entero— que no desembocó, como hoy, en una guerra entre Estados, porque el mercado mundial se regía por la división entre los USA y la URSS, que no habían impuesto precisamente la paz, en sentido estricto, sino una condición política sin precedentes: "la 'guerra fredda' è un altro modo per indicare che la differenza tra guerra e pace, cosi' come quella tra guerra e guerra civile, è svanita"2.
Estado de excepción que volvió a decidirse por una "guerra civil" que se desarrolló de forma diferente entre el Norte y el Sur, según la intensidad del choque de clases que hubiera determinado la situación de emergencia.
Neoliberalismo
A principios de los 70, la Trilateral elaboró un documento sobre la governance o "gubernamentalidad", es decir, la crisis de mando de los Estados y el capital sobre el proletariado, que se convertiría en la agenda de la contrarrevolución. Los problemas de Estados Unidos provenían de "un exceso de democracia", mientras que en Europa los gobiernos estaban "sobrecargados de participantes y demandas" que el Estado y su administración no podían gestionar; un análisis muy similar al que los ordoliberales y Carl Schmitt hicieron de la República de Weimar en los años 30: el Estado es rehén de las demandas obreras y proletarias. Lo que se cuestiona es la forma liberal-democrática del sistema político establecido en el Norte tras la Segunda Guerra Mundial. Su nacimiento se produjo en la intersección de diferentes dinámicas. Una "recompensa" debida a las poblaciones sacrificadas en las dos guerras mundiales (id a que os masacren y nosotros, con el Bienestar, garantizaremos el cuidado de la vida de los supervivientes, escribió Foucault en alguna parte), la necesidad de controlar los mercados financieros cuya libertad había desencadenado las guerras y las crisis mundiales de la primera mitad del siglo, el fin de los regímenes fascistas y de las diversas resistencias que habían contribuido a ello, pero mucho más profundamente, la democracia social y política respondió al gran ciclo de las revoluciones del siglo XX. Sin embargo, el miedo a la revolución rusa, a la revolución china y a los intentos fallidos en Europa había sembrado el pánico entre las burguesías y las clases dirigentes estadounidenses y europeas. En la posguerra, "una avalancha de guerras civiles" (Koselleck) mantuvo la presión sobre los capitalistas, y los Estados se vieron obligados a hacer concesiones, tanto económicas (salarios, bienestar) como políticas (democracia, derechos). El constitucionalismo nunca habría evolucionado hacia la democracia sin revoluciones y guerras de clases.
Para la Trilateral, la Constitución, el Estado, los partidos, la administración y las corporaciones, tal y como habían sido organizados por el sistema político de posguerra, incluso sin abandonar nunca el marco de la propiedad privada —el capitalismo y el liberalismo— seguían estando demasiado a merced de las relaciones de poder, de la lucha entre clases. Había que desmantelar el conjunto de condiciones económicas y políticas que favorecían las reivindicaciones y los derechos de las masas. Dos son los instrumentos fundamentales de esta estrategia, la guerra civil sangrienta en el sur y la derrota política del movimiento obrero en el norte, mientras que, al mismo tiempo, se experimenta una estrategia basada en el "gran endeudamiento del Estado, las empresas y las familias" para alimentar el gran consumo a crédito de los mismos sujetos, recortando y bloqueando simultáneamente los salarios. Deuda y consumo son las dos fuerzas que continúan las guerras civiles de los años 70 con instrumentos económicos, transformando las técnicas y los dispositivos de la gubernamentalidad de las políticas ordoliberales, todavía centradas en el empresariado industrial.
Las constituciones liberal-democráticas deben ser desmanteladas porque, a pesar de su liberalismo, a pesar de su capitalismo, siguen siendo demasiado peligrosas, cumplen o acompañan las demandas de democracia, de salarios, de derechos que surgen desde abajo. En su lugar, la constitución formal debe registrar ahora las nuevas relaciones de poder de la constitución material, en la que ya no deben escribirse con letras claras los derechos de los trabajadores y "el pueblo", sino la primacía de los acreedores sobre los deudores y los instrumentos para conseguirla (presupuestos equilibrados, austeridad financiera, etc.).
Siempre es útil recordar el origen del neoliberalismo, porque tanto Foucault como todos sus continuadores, por no hablar de la cultura política dominante, lo eliminan por completo: Milton Friedman, el líder de los Chicago Boys, se reunió con Pinochet en 1975, mientras que Hayek, el paladín de la "libertad", fue recibido en Chile también por el dictador en 1977. La violencia extraeconómica que representaron los golpes de Estado y la destrucción del movimiento obrero y de los experimentos "socialistas" en Chile fue la base sobre la que, durante una década (1975-1986), los economistas neoliberales construyeron y ensayaron sus recetas económicas sin encontrar resistencia alguna, la sangrienta represión había eliminado todo conflicto, oposición y crítica.
Otros países latinoamericanos siguieron estas políticas "innovadoras". Los Chicago Boys ocuparon puestos clave en Uruguay, Brasil y Argentina. Con la llegada al poder de Videla, cuya junta militar fue responsable de una represión quizá aún más atroz, los neoliberales entraron en el gobierno militar e intentaron reproducir las políticas chilenas de recortes masivos de salarios y gastos sociales, privatización de escuelas, sanidad, pensiones, etc. Estas políticas fueron inmediatamente reconocidas y adoptadas por el Banco Mundial bajo el término de "ajustes estructurales". Luego se aplicaron en África y Asia, y llegaron mucho más tarde al Norte global. La diferencia entre el Norte y el Sur, que ha caracterizado al capitalismo desde 1492, también es evidente aquí: en el Norte, las sangrientas guerras civiles no son necesarias, las derrotas políticas infligidas al movimiento obrero por Thatcher y Reagan son suficientes. En los dos casos, lo que resultó fue una subjetividad proletaria derrotada, forzada a la obediencia y disponible a los impulsos de la gubernamentalidad neoliberal: "accepte la réalité ou qui répond systématiquement aux modifications dans les variables du milieu" aparece como "maniable", se revela como "éminemment gouvernable" es decir, se convierte en homo oeconomicus (Foucault, 2004, p. 274).
Nunca el proletariado sudamericano habría aceptado las normas del "capital humano" sin una acción militar que deshiciera el "caos" de la revolución mundial.
Lo que cambia con respecto al ordoliberalismo son los modos de gubernamentalidad, una vez superado el rechazo obrero al compromiso capital-trabajo. Se impusieron nuevas normas: no la empresa industrial, sino las finanzas (la empresa financiarizada); no el salario, sino el crédito; no el asalariado, sino el trabajador precario; no el bienestar, sino la privatización de los servicios; no el empresario de sí mismo, sino el endeudado, etc.
Lo que nos interesa es captar el ciclo político del neoliberalismo, que sigue las fases de expansión y contracción del ciclo del capital: de las guerras civiles pasamos a la gubernamentalidad neoliberal, para concluir, tras la gran crisis del 2008, con guerras abiertas entre Estados y nuevas guerras civiles que agotan el control neoliberal, al igual que el liberalismo clásico se había desechado un siglo antes. Cuando la acumulación de capital encuentre crisis, contradicciones, oposición, cuando la globalización fracase, la guerra y la guerra civil se presentarán como las únicas alternativas.
¿Cómo es posible que el liberalismo, el hemisferio liberal y el neoliberalismo, tras un breve periodo de expansión, desemboquen primero en políticas de emergencia, luego en nuevas formas de fascismo y populismo, para terminar en guerras y guerras civiles? Desde el siglo XX, la secuencia se desarrolla con una regularidad desconcertante.
Lo primero que hay que hacer es no identificar nunca las diferentes formas de liberalismo con el capitalismo, no confundir nunca gobernanza con acumulación. Desde la década de 1870, el capitalismo se estructura según principios radicalmente distintos de las normas que rigen el ordo y el neoliberalismo: no mercado, competencia y libertad, sino monopolios, imperialismo y guerra (que se convierte en parte estructural de su organización a través de la industria armamentística). Estos procesos de centralización del poder económico y político, que son el principal enemigo de los diversos liberalismos, considerados como las causas del "totalitarismo" y del "colectivismo", no cesarán nunca; es más, durante el neoliberalismo, a través de la financiarización, alcanzarán cotas sin precedentes. Los liberalismos y su gubernamentalidad manejan la horizontalidad de las relaciones de poder, pero en el capitalismo es la verticalidad, la centralización del poder económico y político la que manda. Los liberales oponen la gestión local, difusa, regional del poder a la centralización, cuando en realidad constituyen un mismo proceso indisoluble, pero comandado por esta última. Cuando se agota la expansión económica que necesita de la horizontalidad, la centralización del poder económico y político toma el relevo. Por eso fracasan regularmente: quieren oponer la competencia ("perfecta" y espontánea de los liberales clásicos o "plena" y jurídicamente encuadrada de los ordoliberales) a los monopolios, cuando es la primera la que necesariamente produce los segundos. Los procesos de centralización continúan prácticamente imperturbables, también gracias a la ideología de mercado que querría oponerse a ellos.
En poco más de un siglo, es la cuarta vez que el capitalismo resuelve sus conflictos no con el mercado, ni con la competencia, ni con la libertad del empresario, ni con el mecanismo de los precios, sino con la guerra y la guerra civil.
Foucault, neoliberalismo y guerra civil
Debemos detenernos rápidamente en el análisis del ordoliberalismo y del neoliberalismo elaborado por Michel Foucault, porque ejercerá una gran influencia en las generaciones de investigadores y militantes que vendrán después de él. No se trata de alabar la evaluación del neoliberalismo que desarrolló en "Naissance de la biopolitique"3 (Foucault, 2004). Por el contrario, se puede y se debe leer este curso de 1978-1979 en el College de France como la culminación de la normalización de su pensamiento. El final de una parábola que le llevó de la guerra civil a la "gobernanza". A raíz del 68 francés y mundial, Foucault, prácticamente el único entre los filósofos del pensamiento crítico, se ocupó de la guerra civil como modelo o matriz de las relaciones de poder entre 1971 y 1976, partiendo de la hipótesis "nietzscheana". Sin embargo, no se trata de la guerra de todos contra todos de Hobbes, un enfrentamiento entre una multiplicidad de individuos "libres", sino más bien de su contrario, una guerra entre fuerzas colectivas y organizadas. No se produce ni antes de que surja el sistema político, determinando su constitución, ni después, expresando su disolución y degeneración. Por el contrario, la guerra civil define la estructura misma del sistema político, su funcionamiento normal y cotidiano.
La soberanía no es la superación de la guerra civil, sino su despliegue, contra toda ideología de la función pacificadora del soberano. La política y también la economía, son la guerra civil librada por otros medios, por lo que hay que invertir y ampliar el sentido de la famosa fórmula de Clausewitz: la política es la continuación de la guerra, que el prusiano solo refería a las relaciones entre Estados, incluida la guerra civil entre clases, que se convierte en el fundamento de la política. Incluso la dialéctica hegeliana es para Foucault una negación de la guerra civil, porque el trabajo de lo negativo funciona como una superación de la hostilidad, una conciliación.
Por todo ello, la primera tarea del poder es negar la existencia de la guerra civil. Desgraciadamente, como asustado por tanta lucidez, esta es también la posición que adoptará Foucault en la continuación de su obra, y precisamente en Naissance de la biopolitique no encontramos ni rastro de las guerras civiles, que fueron las condiciones de posibilidad del neoliberalismo.
La constitución de los nuevos sujetos políticos, las formas inéditas de acción colectiva, los saltos y rupturas que se producen en las subjetividades se forman en el seno de estos conflictos, algo descuidado por las teorías modernas que, paradójicamente, tienen en el centro al "sujeto" (Foucault), la "producción de subjetividad" (Deleuze et Guattari) y la "subjetivación" de la multitud (Hardt y Negri). Gianfranco Miglio considera que la confrontación fratricida es la más "política", la más "total" de las guerras, y afirma "Questa radicalità chiarisce a sua volta perché dalle guerre 'civili' escano normalmente le classi politiche piü compatte e piü attrezzate a contare poi nel processo storico" (Miglio, 2022, p. 23); y también los sistemas institucionales más duraderos e importantes.
Foucault, antes de teorizar sobre la gubernamentalidad y una fabricación del sujeto según cánones ético-estéticos, lo sabía bien:
La guerre civile, non seulement met en scène des éléments collectifs, mais elle les constitue. Loin d'etre le processus par lequel on redescend de la république à l'individualité, du souverain à l'état de nature, de l'ordre collectif à la guerre de tous contre tous, la guerre civile est le processus à travers et par lequel se constitue un certain nombre de collectivités nouvelles , qui n'avaient pas vu le jour jusque-là. (Foucault, 2016, p. 41)
A partir de 1976, las relaciones de poder ya no se expresan a través de la guerra civil, sino a través de la gubernamentalidad. El poder no es tanto del orden del enfrentamiento entre dos adversarios, sino del orden del gobierno. Es un modo de acción "ni bélico ni jurídico", prosigue el filósofo francés. El poder no debe buscarse en la "violencia y la lucha", sino en el "gobierno" (Foucault, 2001). El neoliberalismo se interpretará con estas categorías, Naissance della biopolitique es el signo de la ruptura con la inteligibilidad del presente asegurada por la guerra civil.
La asunción por Michel Foucault de la guerra civil como modelo de relaciones de poder se detiene antes de la Comuna, es decir, se desarrolla dentro de un capitalismo todavía competitivo. Nunca se ha cuestionado en qué se convierten la guerra civil, la guerra y el capitalismo dentro de la ruptura provocada por el imperialismo y los monopolios: la guerra mundial y la guerra civil mundial.
Para comprender el gran cambio operado por la guerra civil surgida tras la derrota de la Comuna (Lenin y Mao), la obra de Carl Schmitt es mucho más útil. Mientras que Foucault, con cierto desprecio, desprecia a Lenin desde la altura de su intelectualidad específica, reduciendo su estrategia a los conocimientos de un teniente de cuartel de importancia secundaria (Foucault, 2001, p. 427), Schmitt evalúa el alcance de la transformación que experimentó la "pequeña guerra" de Clausewitz durante las revoluciones soviética y china: la guerra de partisanos, primero en Rusia, luego en China, derribó los imperios europeos y coloniales (Schmitt, 1975), desplazando el centro de la lucha de clases del Norte al "Sur". Derrotadas o agotadas ambas, estas revoluciones sedimentaron, sin embargo, una dislocación de la acumulación capitalista hacia el Este. Y es precisamente la ruptura de la secular subordinación y explotación de las periferias al centro del capitalismo el origen de la guerra y la guerra civil contemporáneas.
Con el abandono de la guerra civil, Foucault abandona también el intento de construir una alternativa a la reconciliación implícita en la dialéctica hegeliana mediante un conflicto basado en un nuevo concepto de negación, ya no dialéctico, que exhibe la guerra civil.
La teoría de la gubernamentalidad, que define un nuevo modelo de relaciones entre las fuerzas y ya no se basa en un poder guerrero, es una ideología de la horizontalidad y de la multiplicidad de dispositivos de poder que parecen haber eliminado la verticalidad, la centralización, ¡la soberanía! Foucault parece compartir la narrativa de los liberales: opone la "multiplicidad no totalizadora de los sujetos económicos" a la "unidad totalizadora del soberano jurídico"
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L'économie est une discipline sans totalité; l'économie est une discipline qui commence à manifester non seulement l'inutilité, mais l'impossibilité d'un point de vue souverain (Foucault, 2004, p. 286). La crítica de la soberanía y la totalidad en la era del imperialismo, los monopolios y la hegemonía del capital financiero es uno de los principales contrasentidos de Naissance de la biopolitique, reproducido por Deleuze en su "Foucault". (Deleuze, 2004).
Para Deleuze, en primer lugar, el poder es siempre local, pero su ejercicio tiene dos diferentes sentidos: es local porque nunca es global, pero no puede localizarse porque es difuso. El poder no opera centralizaciones porque, por característica, tiene la inmanencia de su campo, sin unificación trascendente y sin centralización global. Hace de la gestión "local" y "difusa" la forma general del poder, separándolo del mando de los monopolios económicos y políticos, que, por el contrario, no han hecho más que fortalecerse desde la época de las monarquías absolutas4. La "continuidad de sus segmentos" (escuela, fábrica, cárcel, ejército, etc.) no produciría una "totalización diferenciada". Es muy cierto que todas estas dinámicas de globalización, totalización y centralización del poder nunca "se realizan plenamente, es más, están condenadas al fracaso". Sin embargo, cuando estos procesos fracasan o muestran fallos, el capitalismo siempre tiene la posibilidad de producir una "totalización diferenciada" que se llama guerra, que se llama fascismo, que se llama guerra civil (incluso en el nazismo la centralización y la horizontalidad son simultáneas e inseparables).
Como suele ocurrir, los estudiantes que se limitan a aplicar las categorías de sus maestros producen obras problemáticas: Pierre Dardot y Christian Laval, tras escribir quinientas páginas sobre el neoliberalismo (Dardot y Laval, 2010), fueron reprochados por el primer latinoamericano con el que se encontraron por haber acabado con las sangrientas guerras civiles de las que surgió. Como su maestro Foucault, no solo adoptaron un punto de vista eurocéntrico, sino que sembraron la confusión al identificar capitalismo y neoliberalismo, mercado y capital (en el capitalismo, decía Ferdinand Braudel, no hay mercado, sino el contramercado, el mercado de los monopolios). En el libro Le choix de la guerre civile (Dardot y Laval, 2021) intentan poner un parche que es llamativamente peor que el agujero. Rechazan el "concepto de guerra civil mundial" que es la diferencia específica que introduce el siglo XX. Una vez más siguen a Foucault, cuya definición de guerra civil se limita al siglo XIX e ignora el salto dado por el capitalismo y el Estado (guerra mundial total e imperialismo) y la lucha de clases (guerra civil mundial). Hasta Lenin, el socialismo y la lucha de clases eran blancos, europeos, occidentales, solo con la revolución soviética se colorearon y se globalizaron. Desde el ascenso del imperialismo, la guerra civil mundial es el marco en el que tienen lugar todas las luchas locales, nacionales, etc., ¡lo sepamos o no!
¿Poder o explotación?
A raíz de las posiciones de Foucault, se ha abierto un debate que opone "poder" a "explotación". Se trata claramente de una crítica al marxismo que reduciría la especificidad de las relaciones de poder a la organización de la dominación del capital, a la producción de mercancías. Sin embargo, Foucault desarrolló también otra crítica: los marxistas hablan continuamente de "lucha de clases", pero privilegian una sociología de la clase, en lugar de un análisis estratégico de la lucha. Estas dos críticas convergen: no reconocen la autonomía y lo propio de las relaciones de poder, y por lo tanto no piensan su relación como una estrategia de lucha, una estrategia de guerra, una estrategia de guerra civil.
En realidad, en el capitalismo el poder y la explotación no pueden separarse de ninguna manera porque los explotados (trabajadores, mujeres, esclavos) no existen en la naturaleza, sino que deben producirse, y esta producción es una cuestión de poder, de guerra de apropiación y de sometimiento. El "ciclo económico" comienza con un "ciclo político" de formación de clases y producción de subyugación y termina con un ciclo "político" de guerras.
En el capitalismo, la producción —sea material o inmaterial, afectiva o deseante, cognitiva o neuronal— presupone siempre la producción extraeconómica, extraafectiva y extracognitiva de las clases sociales. Antes de producir mercancías, es necesario tomar, apropiarse, expropiar por la fuerza de la violencia y del Estado, tierras, poblaciones, cuerpos, medios de producción y recursos, y dividir, distribuir lo tomado según el principio de propiedad de pocos y no propiedad de muchos.
Históricamente, el capitalismo nació de una triple conquista: la conquista de la tierra y de los campesinos en Europa, la conquista de las mujeres (la caza de brujas es un signo de la expropiación de su saber específicamente por la acumulación originaria), la conquista de las "tierras libres" del Nuevo Mundo, con el sometimiento de los indígenas, convertidos en colonizados, y de los africanos, reducidos a la esclavitud. Sin estas guerras de conquista de los cuerpos, que dividen a vencedores y vencidos, en propietarios y no propietarios, no puede haber producción.
Hace tiempo que la acumulación originaria dejó de entenderse como limitada a los dos siglos que precedieron a la Revolución Industrial, para pensarse como contemporánea de la producción propiamente capitalista, que se manifiesta particularmente en los periodos de transición de un tipo de acumulación a otro.
Incluso la transición del fordismo al neoliberalismo requiere su acumulación originaria, es decir, la violencia extraeconómica de la guerra civil, la violencia de la guerra de conquista y la guerra de sometimiento. Hayek, con una franqueza reaccionaria de la que carecen progresistas y demócratas, confirma y reivindica abiertamente esta dimensión metaeconómica, definida, sin miedo, como "dictadura": "Pero una dictadura puede ser un sistema necesario para un período de transición. A veces es necesario que un país tenga, por un tiempo, una u otra forma de poder dictatorial", declaró al diario chileno "El Mercurio", el 8 de noviembre de 1977 (Hayek, 1981), durante su visita a Pinochet, cuando aún no se habían apagado del todo los ecos de las torturas, los asesinatos y la represión generalizada.
Para Hayek, por tanto, la acumulación originaria, llamada "dictadura de transición", se reproduce también dentro del régimen contemporáneo de acumulación de capital, y es la condición para el funcionamiento de la libertad de mercado. La necesidad de ejercer, en palabras de Hayek, "poderes absolutos" también se manifestará al final del ciclo porque el mercado, el comercio mundial y la libre iniciativa empresarial se convertirán en una espiral de contradicciones y oposiciones que solo la guerra y la guerra civil podrán resolver.
Los propios ordoliberales reconocen que las relaciones económicas deben imponerse políticamente. Su gran innovación no consiste ni en el funcionamiento del mercado mediante la intervención del Estado, ni en la libre determinación de los precios, siempre asistida jurídicamente, sino en la teorización de la Constitución económica. Hace falta un marco político, una decisión metaeconómica, para afirmar la existencia y garantizar el funcionamiento del capitalismo. Pero esta dimensión extraeconómica no la proporciona la constitución, sino la guerra y la guerra civil, que definen cada vez una nueva constitución material, que es lo que está en juego en la actual guerra mundial "a pedazos".
La fuerza, la violencia y la guerra son fuerzas económicas, como ya sabía Marx, porque solo a través de ellas puede comenzar el ciclo económico: "La acumulación originaria", génesis política del capitalismo y de las clases, "es una distribución originaria: la violencia, la lucha de clases como fuerza productiva", dirá Hans-Jürgen Krahl (1973), añadiendo que integrar la "distribución primaria de los medios de producción", que descansa en "la violencia, las luchas de clases, las revoluciones" al concepto de producción, es la única manera de articular la crítica de la economía política y la lucha de clases, la producción y la guerra.
La guerra y la guerra civil son, pues, los signos de la repetición de la acumulación originaria, capaces de determinar la transición de un modo de producción a otro, de una forma de acumulación a otra, porque juntas constituyen las fuerzas destructivas del viejo orden y constitutivas de un nuevo nomos del mercado mundial.
Sin embargo, debemos abandonar el punto de vista eurocéntrico presente en el marxismo occidental para dar cuenta de esta "distribución original" en la que estamos inmersos hoy. La conquista de los cuerpos y su sometimiento se articula a nivel del mercado mundial y se produce y estabiliza, por primera vez, diferencialmente entre el Norte y el Sur por la conquista de América. En el Norte, la consolidación del poder de los vencedores movilizará la ley, el salario, el bienestar y todos los instrumentos que las teorías de los años sesenta y setenta elaboraron (afectos, deseo, disfrute, etc.) para integrar el cuerpo y el alma de los vencidos en la producción. En el Sur, en cambio, a la institucionalización de la relación laboral, a la integración por medio del bienestar, a la acción de los afectos, se antepone la violencia colonial, la "gubernamentalidad", si se puede llamar así, que utiliza como "dispositivos" el racismo y la guerra civil permanente. Así, desde el punto de vista del mercado mundial, que es el punto de vista de la máquina de capital-estado, el régimen de guerra es permanente, la "paz" es siempre relativa, local y temporal. O, más exactamente, desde la Primera Guerra Mundial las diferencias entre guerra, paz y guerra civil ya no son tan claras, tienden a desaparecer.
Esta violencia diferencial entre centro y periferia constituye la segunda condición política que las teorías de la producción, ya sean materiales o inmateriales, biopolíticas o cognitivas, parecen ignorar por estar centradas en Europa.
Tercera condición: la gubernamentalidad, que prosigue la guerra de conquista por otros medios, solo puede actuar sobre la subjetividad después de haberla ganado. Ninguna norma económica, sexual o racial puede imponerse en una situación caracterizada por un alto nivel de lucha de clases (como, por ejemplo, en América Latina o Italia en los años setenta). Es necesaria una normalización preventiva tanto política como subjetiva, variando la intensidad del uso de la violencia y de la guerra civil en función de la relación de fuerzas. Solo en estas condiciones las normas neoliberales encuentran la posibilidad de actuar sobre los individuos, moldeándolos, construyéndolos y subyugándolos. Esta normalidad no es un supuesto externo que pueda ignorarse; al contrario, concierne directamente a su eficacia.
Estas tres condiciones —es decir, la división entre propietarios y no-proletarios, la articulación de estas divisiones a nivel del mercado mundial y la normalización por la fuerza que precede a la normalización por las normas y los afectos— se encuentran al principio de cada ciclo de acumulación y también hoy, cuando nos encontramos en esta misma situación.
Para terminar, el cambio radical de fase política que se produjo con la crisis financiera y de la deuda, primero privada y luego pública, que comenzó en 2007/8, se manifiesta en la guerra y en la guerra civil. Lo que está en juego es el "Nomos de la tierra" que vuelve a convertirse en la división y apropiación primaria, de la que dependerá la futura división del trabajo, la producción, la reproducción, el mando del mercado mundial y la configuración de las clases de trabajadores, mujeres y racializados.
Tras la crisis financiera que marca el fin de la gubernamentalidad neoliberal, una enorme creación monetaria mantiene artificialmente vivo un sistema que, en lugar de reiniciarse, se desgasta. Los Estados que salvaron la máquina de beneficio/poder se enfrentan a enormes desequilibrios internos entre clases y externos con otros Estados. La competencia se convierte en conflicto armado. La guerra, que inició el ciclo, lo termina ahora, pero con una violencia multiplicada por la producción y la productividad desarrolladas durante la fase de expansión del ciclo.
Notas
1 "Il totalitarismo appare a questo punto definibile come quella forma di regime che prosegue in forma legalizzata una guerra civile latente, bloccandone ogni possibilita di sviluppo in direzione di uno scontro frontale tra gruppi armati (...) In questo senso si potrebbe parlare altresi' di 'guerra civile bloccata'" por qué "dopo aver reso inoffensivo il 'nemico'" tramite la repressione dell'opposizione operaia e sindacale "si dimostra incapace di restaurare la normalità (...) la guerra civile appare ora indirizzata non tanto alla prevenzione di un pericolo reale ma alle persecuzione di un capro espiatorio". (Portinaro, 1986, pp. 25-27)
2 Reinhart Koselleck, citado por Imbriano (2016, p. 101).
3 "Si deve a lui un'interpretazione autoriale divenuta un punto di riferimento imprenscindibile" (Zanini, 2022, p. 471).
4 Sobre este tema me permito señalar a Lazzarato (2023).
Referencias
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Dardot, P. y Laval, C. (2021). Le choix de la guerre civile: Une autre histoire du néolibéralisme. Lux.
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